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Reportaje:POSTAL DE VACACIONES

Samil, la importancia de un retrete

La falta de inodoros públicos y la negligencia del Ayuntamiento de Vigo obligan a los bañistas a buscar remedios alternativos

Catorce británicos se sientan en la terraza de una de las cafeterías de Samil y piden al camarero sangría para todos. El barman, un subsahariano sin papeles que ha llegado en patera, toma nota con cara de agobio, entra a la cocina y pregunta: "Piden san-gría, ¿qué es san-gría?". El joven opta por servirles unas cervezas para ganar tiempo mientras intenta enterarse de la fórmula de la sangría. Luego empieza a mezclar tinto y Fanta como a él mejor le parece. Despacha las primeras y resultan un éxito. Despacha las segundas, y también. Al rato, los del Reino Unido se han bebido ya 16 jarras y están la mar de contentos. El patrón, al darse cuenta, le pega un grito al africano: "¿Pero qué les diste, parvo?" El negro empieza a sudar. "No importa, les está encantando", sale otro camarero en defensa de su compañero: "A estas alturas ya no saben ni lo que beben".

"Hay quien secuestra las mesas del merendero y luego las alquila"
A estas alturas de agosto, aún no han salido a concurso los chiringuitos

Mientras tanto, cerca de la orilla, unos chicos de pelo muy corto y bañador de flores juegan a tirarse en bomba desde tres zodiacs grises. Horas más tarde resultará que son de la OTAN y su juerga a punto está de causar una crisis diplomática. Menos mal que el alcalde de la ciudad, desde su butaca, "dirige en todo momento" la situación.

El termómetro de la Praza de América marca 35 grados y todo Vigo, todo Ourense, media Zamora y un cuarto de Portugal se han echado a la playa. Dice el del puesto de la Cruz Roja que en estos momentos, en Samil, deben de estar "más de 10.000 personas". Al día siguiente, en la rueda de prensa sobre el conflicto con la OTAN, Abel Caballero dirá que eran "entre 30 y 40.000 los bañistas" que se apiñaban el día anterior sobre la arena, el paseo, las piscinas y el pinar.

En Samil, las mesas del merendero están siempre cogidas. La gente llega temprano y planta el mantel y la nevera picnic; y ya no levanta el campamento hasta que se mete el sol. Allí comen y meriendan, y entre tanto se van a bañar sin que otro pueda disfrutar en su ausencia del mobiliario urbano. "Hay quien secuestra varias mesas a primera hora y luego se las alquila a algún tonto que no se entera", asegura Camila Flores, una incondicional que viene en bus desde Benavente.

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Junto al merendero, resiste la pleamar humana uno de los cuatro retretes públicos que hay a lo largo de una playa que mide un kilómetro y 115 metros. Uno de éstos fue clausurado y ahora sirve de almacén. En su lugar, se montaron un par de casetas de madera (cuya puerta se suele atascar dejando atrapado al usuario) y un par de cabinas que todo el mundo evita porque son de pago. Claramente, la oferta de sanitarios no basta. Por la tarde se forman colas inmensas de bañistas aguantándose las ganas y, como estos cubiles de aseo sólo tienen el nombre, la gente termina derivando a los baños de los tres establecimientos hosteleros que quedan en el paseo. Los dueños de la cafetería San Remo cursaron su queja al Ayuntamiento, y Karina Fálagan, propietaria del Jonathan, cerró cinco días en señal de protesta. Pero nada. El único que está contento es el fontanero.

Detrás de este abandono, y aunque el ayuntamiento lo niega, todo el mundo interpreta que está el empeño consistorial de desmantelar los negocios playeros, el muro de contención y el paseo para rescatar las dunas que el cemento fue engullendo desde los 70. "La arena, en mi casa, se usaba para fregar", soltó en una ocasión el concejal Agustín Arca para justificar todo el hormigón que el consistorio había echado sobre la playa.

Desde Alcaldía se asegura que el plan, lo que pretende, es "echar todo hacia atrás", es decir, llevar las infraestructuras "hasta la carretera" para que la arena gane metros cuadrados donde ahora hay sólo cemento. Sin embargo, uno de los cuatro restaurantes de toda la vida, As Dornas, perdió ya la concesión y cerró. Y a estas alturas de verano, los habituales chiringuitos todavía no han podido instalarse. Aquí, y en todas las demás playas de Vigo. Esta semana, Caballero obligó a la concejala de Medio Ambiente, la escaladora Chus Lago, a suspender sus vacaciones. El caso es que se había ido sin convocar el concurso de adjudicación de los quioscos playeros. Lo nunca visto.

Una socorrista de las que pone Cespa (después de explicar que ella no tiene ningún reparo en usar las tazas municipales, no hay más que "mear a distancia") explica que la crisis de los retretes de Samil se debe a que este año no hay chiringuitos. "Es que tenían váteres, y sus dueños se preocupaban por que estuviesen limpios".

Fálagan se pasea a ratos con dos cisternas a las espaldas para reivindicar más inodoros públicos. Las baldosas de sus aseos, anunciados en un cartel como "Palacio de las Necesidades", están gastadas como una calzada milenaria. El día de la exhibición aérea, en julio, se juntaron 592 buses y 400.000 personas en Samil, y los excrementos aparecieron sembrados no sólo en el agua, sino por todas partes. Sólo en su territorio, la inefable hostelera contó "192 cagadas en la rampa, cuatro en la buganvilla y 32 junto al depósito de propano".

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