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Columna
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La ley del oeste

La ley es dura pero es la ley. Hasta ahí (casi) todo el mundo está de acuerdo. Los diamantes también son duros pero hete aquí que se pueden tallar a gusto del consumidor. Y ese es el problema: la ley bajo la que vivimos tiene forma de embudo tallado en diamante. Es la Ley del Embudo de Carbono. La Administración hace con sus propias normas lo que le da la gana. Por poner un ejemplo muy veraniego: si una administración cualquiera (un concello, un gobierno autonómico o lo que sea) organiza un festival al aire libre, puede saltarse a la torera los seguros de los trabajadores o las normas de seguridad que exige a los demás y, de paso, robarle la electricidad a Fenosa. Es un ahorro considerable a la hora de presentar los presupuestos y, como la inspección de estos asuntos está en sus manos, aquí no pasa nada y si te he visto no me acuerdo. Si una empresa particular hace eso, se le cae el pelo al responsable y tendrá que rendir cuentas ante la justicia por semejante desatino. Por ahorrarse unas pesetillas en su presupuesto, y en el caso de que ocurra algún accidente, el avispado empresario puede acabar en el talego. El embudo ha cumplido su misión.

En los juzgados hay embudos de todos los tamaños y para toda clase de sólidos y líquidos

Lo de los regalos a políticos también funciona así. Si el inculpado transitorio (¿qué es eso?) tiene la desfachatez suficiente y se coloca del lado ancho del embudo, sale de rositas y se va a su casa tan tranquilo. Mi tío abuelo Emilio era médico en Porriño y recibía tal cantidad de regalos de los enfermos que tenía una habitación para guardarlos. Aquello consistía básicamente en una despensa llena de vino, licores, dulces y viandas de todo tipo. Era una costumbre muy arraigada y, como esto es Galicia, qué mejor que agradecer sus servicios a base de bebercio y comercio. Pero eran regalos impersonales, esto es, eran algo que se puede regalar a cualquiera. El caso de Camps es curioso porque sus trajes no son algo que reciba en su despacho un buen día y lo guarde en una habitación reservada para ello como mi tío abuelo. El presidente valenciano tuvo que ir a tomarse medidas y a hacer pruebas, requisito que en unos trapos tan caros hay que repetir varias veces hasta que el petimetre pueda salir a la calle hecho un pincel. Si alguien pone el grito en el cielo por lo que supone de irregularidad (en la función, que no en las visitas al sastre) llega un juez o un tribunal embudiano y le manda a su casa, no sin antes felicitarle por lo guapo que está.

En los juzgados hay embudos de todos los tamaños y para toda clase de sólidos y líquidos. En los juzgados de familia, por ejemplo, se pueden perpetuar casos como el incumplimiento de los derechos de visita de unos menores por parte del cónyuge que ejerce la custodia (luego dirán que están saturados) sencillamente porque o no se actúa o se ponen multas ridículas que no persuaden de nada. Eso sí, si el cónyuge no custodio deja de pasar la pensión de sus hijos, a la tercera vez se va al talego a hacer compañía al empresario de espectáculos. Podríamos contar dos casos en los que, en uno, la parte estrecha es para un hombre y, en el otro, para una mujer, así que el embudo no es sexista. (Bueno, quizá sí en la Ley de Violencia de Género que, a igual delito, hay distinta condena según el sexo, pero eso es asunto largo que no cabe en esta columna).

Como esto es Galicia y estamos en el Oeste, vamos a tener que pensar que nuestros antepasados geográficos del Far West americano tenían razón. La ley de las pistolas era más ecuánime. Cada uno tenía la suya y la balanza se inclinaba en función de la habilidad del pistolero. Hasta la hija del granjero tenía su rifle para expulsar a los malos del rancho. El juez sólo tenía que beber whisky y jugar al póker. La saturación en el juzgado no existía y el buen hombre (no había juezas, al menos en el cine) se podía dedicar a casar al caza recompensas con la corista en medio de una tremenda juerga en el saloon. Hombre, a veces se le iba la mano y ahorcaba a alguien por error, pero eso son los daños colaterales que la misma Justicia de nuestros días contempla. Ríndete, forastero: te ha tocado el lado estrecho del embudo.

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