Los inicios del neorrealismo

Salida de un conflicto en el que acumularon todos los errores humanos, estratégicos y políticos posibles, Italia afrontaba el final de la Segunda Guerra Mundial en un caos del que sólo una nación tan acostumbrada al desorden podía aspirar a salir indemne.
De aquella anarquía sin precedentes se aprovechó Roberto Rossellini, un realizador romano que con cuatro películas a sus espaldas se atrevió a ser todo lo crudo que uno podía ser en aquellos momentos y que abrió una época dorada para el cine italiano. Con fe inquebrantable afrontó el ariete Rossellini en 1945 lo que antes habían intentado realizadores como Blasetti y De Robertis. Su película Roma ciudad abierta dio el pistoletazo de salida al neorrealismo y conmovió a la cneorrealismo y conmovió a la crítica por su verismo sucio y lo seco de sus recursos estilísticos. Lo cierto es que Rossellini manejaba un presupuesto miserable y hasta la película con la que se rodó el filme estaba caducada, demasiada metáfora para un país metido en agua hasta el cuello. Pero aun así, y con la cintura que caracteriza a los italianos cuando se trata de imposibles, Rossellini no sólo logró convertir su película en un clásico y a Anna Magnani en un icono nacional, sino que fue más allá y al año siguiente rodó Paisà, que rompía esquemas tradicionales para entrar en un camino que muchos coetáneos ya abrazaban como a una madre (entre ellos, el maravilloso Vittorio de Sica, con obras maestras de la talla de Umberto D. o El ladrón de bicicletas).
A mediados de los cincuenta, coincidiendo con el inicio de la recuperación de eso tan pomposo llamado "moral nacional", el país echó la persiana al neorrealismo y dio la bienvenida a un señor llamado Federico Fellini, el mismo que había escrito el guión de una película llamada Roma ciudad abierta.
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