_
_
_
_
PURO TEATRO

"Ya soy dichoso, ya soy feliz...

Marcos Ordóñez

...porque triunfante llegué a Madrid". Así empieza el brindis de La viejecita, que canto siempre, como un ritual, al enfilar la M-30. Realmente es un triunfo llegar a Madrid, sobre todo a ciertas horas. Descubrí ese brindis como epígrafe de un poema de Gil de Biedma, o sea, ya mayorcito. A los 17, concretamente. Château Margaux, en cambio, es un puro recuerdo de infancia: me pasmaba una opereta (miniopereta, para ser más preciso) cuyo asunto básico era el de un grupo de gente bien pimplando hasta contraer la más rotunda cogorza colectiva de la historia de la zarzuela. Datos del descubrimiento: Orfeó Gracienc, Barcelona, un domingo de los primeros sesenta. 1964 o 1965. Lluís Pasqual, niño prodigio, me gana por la mano. Nada de brindis a secas: La viejecita, cuenta, fue la primera obra que se aprendió de memoria. Íntegra, cantables incluidos. Constato una pasión compartida: a los dos nos encantaban "las zarzuelas ambientadas en palacios lujosos y lugares exóticos". Pasión a tres, porque Jesús Castejón, una de las estrellas indiscutibles de Esta noche, zarzuela (luego pormenorizo), cuenta en su haber con memorables puestas de El asombro de Damasco, El niño judío y La leyenda del beso. Ya las comenté, arrobado, en su momento. Château Margaux y La viejecita llevan la firma de don Manuel Fernández Caballero, inmortal responsable de Los sobrinos del capitán Grant y El dúo de la Africana, entre otras joyas dementes (o crazy diamonds, que dirían los Pink Floyd). No es raro, pues, que los más preclaros renovadores de nuestra lírica hayan recurrido a ese repertorio exótico-lisérgico para quitarnos el mal humor, como las chicas de Colsada: primero Castejón, luego el tándem Albertí-Cunillé (que pastichearon gozosamente la Africana y La corte de Faraón) y ahora Pasqual, que debuta en el género chico (porque las piezas son cortas, que no menores: siempre hay que aclararlo) con Château y La viejecita bajo el común epígrafe de Esta noche, zarzuela, un espectáculo tripartito (aflojadores de mosca: Grec, Arriaga y el Campoamor de Oviedo) que durante cuatro días ha llenado el Lliure de aficionados entusiastas, demostrando que en Barcelona hay parroquia sobrada siempre y cuando le sirvan el guiso en su punto y con ingredientes de primer orden. Vuelvo a entonar el brindis, en encore: ya soy dichoso, ya soy feliz, porque tras el rotundo pero asfixiante purgatorio de Castellucci y el latazo de Ronconi anhelaba a gritos que alguien abriera una ventana (o dos). Les cuento el invento. Pasqual ambienta su espectáculo en el flamante estudio de una emisora del Movimiento, en la tardoposguerra, con una orquesta militar y un grupo de soldados y oficiales muy melómanos. Espléndido decorado, casi art déco, de Paco Azorín, y una única pega conceptual: me fastidia un poco la vinculación ideológica de zarzuela y franquismo, como si en la República (y un siglo antes, ya puestos) no hubiera sido un arte eminentemente popular. Durante la primera parte asistimos a un concurso, "Camino a las estrellas", en el que dos finalistas, "la muy sevillana Angelita Vargas" (la soprano Sonia de Munk) y el galleguísimo "Manuel Fariñas, el ruiseñor de Lalín" (el tenor Emilio Sánchez) desgranan, enfrentados o a dúo, los números de Château Margaux, guiados por Ricardo Gracián, un locutor a lo Bobby Deglané, interpretado por Jesús Castejón, más Pedro Porcel que nunca, extraordinario de energía y de gracia, que sostiene la función como quien hace burbujas. La orquesta (Bilbao Philarmonia, dirigida por Miguel Ortega) permanece oculta tras un telón de gasa, como en los tours de chant de Montand. Hay anuncios de la época, cantados en directo: "Calmante vitaminado les devuelve la alegría", "Yo también como patatas", y una despiporrante versión de la canción del Cola-Cao en cuarteto, casi un homenaje a Los Xey. Emilio Sánchez y Sonia de Munk están que se salen: sólo eché de menos un poco más de brío y de vuelo en el vienesísimo vals de Château Margaux a cargo de la soprano. La segunda parte es, literalmente, un ensueño. Gracián/Castejón anuncia "La zarzuela del sábado", una retransmisión de La viejecita en directo, con comentarios, interpretada por los militarones. Como ustedes saben, La viejecita, estrenada en 1897, es una versión inconfesa de La tía de Carlos, el exitazo de Brandon Thomas, de 1892. Acaba el primer acto en el estudio (colores dominantes: pardo y marfil) y el locutor proclama: "Y ahora, desde sus casas, ustedes soñarán hallarse en el salón de baile del palacio del marqués de Aguilar, donde van a hermanarse los dragones ingleses y nuestros bravos soldados que repelieron la invasión napoleónica". Gran golpe de teatro, puro Broadway: se esfuma la emisora por los telares y en el escenario aparece una doble escalinata con fondo de cortinas doradas, bajo arracimados (y anacrónicos, pero da igual) globos de luz. Un decorado, en fin, que corta el hipo, como los rutilantes figurines de Isidre Prunés. La orquesta ocupa el centro del salón, ahora repleto de invitados ochocentistas, que danzan el minué coreografiado por Montse Colomé. Una torrentera de invitados: 44 músicos y 23 actores/cantantes, porque a los anteriores se suma la totalidad del Coro Rossini. El barítono lírico Borja Quizá es Carlos y la viejecita, claro: desbordante y divertidísimo, un cruce entre Errol Flynn travestido y matinée idol. Sonia de Munk es Luisa, Emilio Sánchez es Federico, José Manuel Díaz es Fernando, Lander Iglesias es el marqués de Aguilar, Valeriano Lanchas es sir Jorge y Castejón es un tronchante tío Manuel. Todos están divinos, divinos, como diría Luis Escobar. Esta noche, zarzuela es un derroche de talento, de buen gusto, de imaginación, que mereció diez minutos de aplausos. Una producción de esta talla ha de verse en toda España, más allá de sus tres teatros titulares. Debe costar un pastón que ni te cuento, pero para eso les pagamos un sueldo a los programadores públicos: para que se sacudan la polaina cuando de verdad merece la pena.

Escena de <b><i>Esta noche, zarzuela</b></i>.
Escena de Esta noche, zarzuela.Josep Aznar

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_