_
_
_
_
Análisis:hamaca de lona
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

ESCLAVOS DE LA FAMA

Manuel Rodríguez Rivero

Cuando yo era pequeño, los niños y niñas queríamos ser médicos o modelos o enfermeras o bomberos o maestros o modistas. Ahora quieren ser famosos. Vivimos en una sociedad narcisista y competitiva que impulsa a los jóvenes a desarrollar irreales expectativas acerca de sí mismos. Y los medios les ratifican en la convicción de que no importan las razones por las que uno pueda ser célebre: basta con serlo. La condición para ello es ser reconocido como tal por nuestros iguales, puesto que, enterrada (por sospechosa) la certidumbre ilustrada acerca de la existencia de estándares objetivos de valoración, el espaldarazo de nuestros semejantes se convierte en el principal criterio. Paris Hilton -una famosa por ser famosa- puede presumir de 61 millones de referencias en Internet. Stephen Hawking, de poco más de dos.

Muchos jóvenes utilizan Facebook, Tuenti, MySpace o Twitter para darse a conocer, para 'triunfar'

La popularidad de las redes sociales es un buen ejemplo de esa necesidad de exhibirse que constituye uno de los rasgos evidentes de nuestro estilo de vida. Más allá de la mera sociabilidad y del deseo de relacionarse con sus iguales, muchos jóvenes utilizan Facebook, Tuenti, MySpace o Twitter para darse a conocer, para triunfar: el número de "mensajes en el muro" o de "actualizaciones de perfil" es el baremo de la popularidad, la antesala del triunfo.

Hasta aquí lo más o menos obvio. Volvamos ahora a la fama tal como se entiende (y se anhela) en nuestras sociedades hipermodernas: ¿cuál es su función? Un libro reciente de Tom Payne (Fame, from the Bronze Age to Britney, Vintage) propone la sugestiva -pero a veces forzada- teoría de que la moderna adoración de las celebridades está firmemente enraizada en nuestra civilización: entre Ifigenia -convertida en semidiosa gracias a su sacrificio- y Jade Goody -la concursante de Big Brother que eligió morir en directo- no habría distancias insalvables: el sacrificio (ritual) es el camino al mito. A la fama eterna.

Ahora somos nosotros los que elegimos a nuestros semidioses cutres: en la programación de las diferentes televisiones no faltan ni los talk shows, en los que se discute interminablemente acerca de la vida íntima de las celebridades, ni los concursos o competiciones en los que los espectadores seleccionan, mediante distintas pruebas y ordalías (danza, supervivencia en islas desiertas o Gran Hermano), a las que pronto sustituirán a las ya gastadas.

La prueba final es el sacrificio ritual: la entronización en el Panteón de la Fama llega necesariamente tras el Calvario. Michael Jackson fue un ídolo de masas mucho antes de sufrir el castigo por la sospecha de pederastia: su muerte ha lavado la (presunta) mancha elevándolo al Olimpo. Diana tuvo que pasar su propio vía crucis antes de convertirse en la adorada princesa del pueblo. Goody sufrió el ostracismo por el intolerable pecado racista de llamar papadum (torta de pan) a la actriz Shilpa Shetty: lo purgó yendo a la India a disculparse en la versión local de Gran Hermano, pero sólo logró el perdón (y su mitificación) con su cáncer letal diseminado en YouTube. Ellos eligen lo que quieren ser y nosotros (con las herramientas mediáticas) seleccionamos a quien nos sirve para conjurar las ansiedades, deseos y abstractas violencias que experimentamos. Quid pro quo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_