El superviviente sensible
Nueve y media pasadas. Atardecer violáceo a las afueras de Madrid. Don Jaime canta The secret of life y el mundo se detiene con descaro durante unos instantes. Está justificada la convulsión entre la comunidad científica. Hay que contener la respiración, amigos, porque éstas son palabras mayores.
Don Jaime es, claro, el venerable James Taylor, epifanía de la canción con mayúsculas (la más sencilla, la más imborrable) y milagroso superviviente sensible de una generación que quiso vivir en el filo y acabó despeñándose de forma estrepitosa. Taylor se tambaleó junto al precipicio en ocasiones sin número, pero ha logrado permanecer en pie gracias al parapeto de su guitarra. A la emoción de esos arpegios inconfundibles que pellizca como si su pulgar fuera la mano izquierda de un pianista.
James Taylor
James Taylor, Michael Landau, Larry Goldings, Jimmy Johnson, Steve Gadd, Andrea Zonn, Kate Markowitz y Arnold McCuller. Puerta del Ángel. De 48 a 60 euros. Lleno absoluto (2.450 espectadores). Madrid, 28 de julio.
Los Beatles le grabaron un disco iniciático en 1968 (de él tomó Harrison la frase "Something in the way she moves"), pero el de ayer, cuatro décadas más tarde, era sólo el segundo concierto que ofrecía en la capital. Oportunidad memorable, pues, para reencontrarse con un cancionero que captura toda la tradición trovadoresca americana y que, treinta y tantos años después de concebido, se sorbe aún con la avidez del náufrago. Nuestros nietos podrán practicar el teletransporte o la cirugía no incisiva, pero aun entonces sonarán Fire and rain, Carolina in my mind (escrita en ¡Formentera!) o Your smiling face, y se sorprenderán con la lúcida ternura que practicaba semejante vejestorio.
El de Boston dispone de una banda dúctil y experimentada como sólo él puede convocar. Gadd golpea los parches con instinto carnal mientras Goldings aporta el tacto aterciopelado del jazz y las segundas voces invocan el espíritu del gospel en Shower the people o la maravillosa Shine a little light. Y en el centro de la galaxia, Taylor irradia timidez y dulzura con ese aire suyo de investigador en excedencia del CSIC.
Nadie comprendió ese intermedio de 20 minutos durante el que se enfriaron no pocas pasiones. Hasta que el profesor despistado acarició los acordes de Sweet baby James, esa nana vaquera para su hermano pequeño, y los planetas volvieron a frenar en seco. Así son las virtudes que el destino reserva a los hombres sensibles.
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