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Columna
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Sudor, calor y pringue

Esta época del año de calor y sudor reúne una de las más sorprendentes paradojas de las costumbres recientes: cientos de miles de personas se agolpan en el litoral para bañarse en nuestras playas. Lo que la gente ofrece como una manera de refrescarse no es otra cosa que más calor, más sudor y más incomodidad. Resulta inexplicable que a alguien le pueda gustar pasar horas y horas en la arena y remojarse de vez en cuando en el mismo sitio que decenas de miles de personas. En contra de lo que se dice no hace más fresco sino más calor, bajo el sol, sobre la arena, junto a tanta gente, en incómodas sillas que te dejan marcada la piel. Qué decir de quienes toman el sol con minúsculos bañadores en un ejercicio de masoquismo inexplicable. Con lo bien que se está en el frescor de la casa o, el que tenga dinero, en algún lugar del Norte donde la temperatura acompañe. Como los pájaros, lo inteligente es ir en verano hacia el Norte y en invierno hacia el Sur. Pero plantear como unas vacaciones el sol, la playa, el calor y el sudor es un arcano para mí. Sentarse en torno a una sombrilla junto a miles de personas para oír sus conversaciones, ver cómo juegan al bingo, comen tortillas de papas o sandías, ver cómo sueltan los desperdicios sobre la arena, tienen el transistor a todo volumen, los niños juegan a la pelota y te pegan todo tipo de balonazos mientras los padres cogen bronce o miran para otro lado. No tiene razón de ser. No le veo la gracia a tumbarse al sol para ponerse moreno. Es insólito para mí el gusto que puede tener pasar ese calor y llegar a quemarse incluso. Puedo entender que para los niños resulte divertida una jornada de playa pero no para un adulto normal. Por mucha lectura que se lleve uno a la playa, por mucho que periódicamente huya al chiringuito, por mucha sombrilla para sentarse bajo su sombra y obtener un poco de fresco: es absurdo todo lo que tiene que ver con la playa. La arena es un incordio, sobre ella se echan cada día kilos y kilos de desperdicios. El agua es necesariamente insalubre porque se han sumergido antes que uno miles de personas y la mayoría hacen sus necesidades bajo el mar, con lo que es necesario que actúen las mareas para que se pueda limpiar. En resumen, es incómodo y antihigiénico.

Con lo ricamente que se está en casa, al fresco del aire acondicionado, con un libro o incluso viendo la televisión. Uno se puede levantar y ponerse una bebida sin necesidad de que te asalten en un chiringuito que no tiene las más mínimas normas de higiene. Eso sí, los empresarios nos contarán la cantidad de puestos de trabajo que ofrecen a cambio de los 4 o 5 euros que cobran por un tinto de verano "con el vaso en tecnicolor" como cantaba la chirigota. En casa de uno no hay niños que gritan, gordas que juegan al bingo y empresarios desalmados. No es necesario transportar toda la impedimenta para poder tener un mínimo de confort a cambio de movilizar decenas de kilos de material de la casa a la playa. Se ve como una obligación para los que vivimos en el litoral y si uno hace objeción es mirado como un marciano cuando lo extraño es pasar tantas calamidades para al final sufrir un mal rato. Qué decir de quienes viven en el interior y sueñan con el momento de llegar al litoral para encontrarse, como todos los años, con atascos para llegar, problemas para aparcar y esa vida diaria sobre la pringue y la arena. Qué tiempos aquellos donde los baños de mar se hacían bajo prescripción facultativa. Donde los ayuntamientos regulaban los horarios, las zonas de la playa que podían utilizar hombres y mujeres, el tamaño de las prendas que se podían usar. Incluso se ponían esteras para esconder el momento del baño, garitas de mimbre para sentarse, casetas de madera donde cambiarse o refugiarse. Pero el mundo avanza de manera inexplicable hacia el absurdo. No le encuentro la más mínima explicación al interés por un lugar tan incómodo e insalubre como la playa.

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