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fundido en negro | relatos

Las impregnadas

Al entrar al pueblo nos retuvieron en un control. El calor era insoportable y todo se volvía más lento cada vez. Más interesados en la Land Rover de Agustina y sus imaginarios doble fondos que en nuestra documentación y el equipaje, los gendarmes trabajaron una hora, hasta que al grupo se agregó un civil. Pequeñito, pelirrojo, vestía bermuda y camiseta de basket y les hablaba con acento israelí -raro en Corrientes- mientras revisaba todo con un manómetro que parecía el control remoto de un televisor. En la pantallita pude leerle la marca: Quartex. Disfruté esta requisa más que las doce horas de ruta con ella manejando. Después ella me reprochaba que la idea de pasar aquella semana juntos junto a la orilla del Río Uruguay evitando las playas de Punta del Este y los lagos del Sur donde todos nos conocían, no era para que yo jugara al detective nuclear, sino para "impregnarnos del espíritu guaraní" de aquel pueblito. Conociéndola, pensé que "impregnarnos" significaba que contaría conmigo para que le trajese a la cabaña cada noche una morenita distinta. ¡Esa piel...! No es algo natural de la etnia guaraní, ni de la toba, que ha generado las indígenas más altas y espigadas de América, sino resultado de una fusión sobre la que esclavos africanos, militares y jesuitas españoles y los ucranianos venidos como cultivadores, integraron sus dosis seminales ínfimas hasta lograr este equilibrio que envidiarían los mejores perfumistas franceses. El perfume tiene mucho que ver con el mensaje que estas tierras emiten al turista. Flota en el aire olor a río, producto de las aguas arcillosas, de la descomposición de dorados y surubíes y de las maderas y el follaje tropical que las aguas arrastran desde Brasil y Paraguay entre canoas abarrotadas de olorosa maconha. Es fama que desde aquí, por estas mismas aguas, salen toneladas de cocaína boliviana buscando las pingües rutas europeas, pero nadie la toca. En cambio a la maconha se la fuman toda. ¿Qué harán con el uranio que buscaba el israelí? ¿Lo mandarán disimulado en cargamentos de coca sin que las pobres "mulas" y los pilotos inocentes sepan que por unos pocos euros los están irradiando? Los rayos gama no tienen olor y aquí, por las calles, en los pocos comercios y en los tres ciberbares donde pululan quinceañeras ociosas hay una atmósfera de olor a ropa recién lavada que sugiere limpieza. Todo es producto de siglos de vigencia del mito de que los baños diarios, con frotaciones de jabón blanco y mucha espuma, previenen el acné y blanquean la piel. ¡Décadas esperando ser blancas! Y ahora Agustina, tan blanquita, cumplía tres noches en la cabaña esperando que mis salidas del atardecer culminaran con una nueva morenita o con la presencia repetida de la misma de la primera noche. Espera: desesperación. Soy paranoico, naturalmente paranoico, y ella, que es histérica, -argenti-namente histérica-, me esperaba, mientras las ansiadas morenitas se convidaban cigarrillos o chicles y a veces se pasaban porritos encendidos, yo iba de un ciber a otro hurgando en los archivos temporarios y en los historiales de internet de cada ordenador rastreando en correos borrados, y búsquedas en la web con las palabras clave "Roentgen", "radioactividad", "quartex", "uranio", "pellets", y cada noche terminaba reconfirmando mi teoría justo cuando las morenitas estarían pasándola muy bien con otros irradiados.

Fogwill es escritor, autor de la novela Un guión para Artkino (Periférica)

CÉSAR FERNÁNDEZ ARIAS

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