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Columna
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El bolso

Pienso en Rita Barberá e inmediatamente conjeturo sobre sus bolsos: sobre el continente y sobre el contenido. Qué quieren, la actualidad aprieta y apremia. Por ahora me atendré al contenido. Veo el saquito de la alcaldesa, ese accesorio costoso y superferolítico, a juego con su rojo pasión, y me pregunto qué hay, qué puede haber en su fondo. No es cuestión baladí. Me explicaré.

Una de las preguntas más célebres de la historia de la literatura la formuló Vladímir Nabokov en su Curso de literatura rusa. De su originalidad extravagante, de su pasión por los detalles y la minucia, y de su gusto por la paradoja dan muestra los exámenes que el profesor planteaba a sus alumnos. "Podía pedir a sus estudiantes que confeccionaran una lista con el contenido del bolso de mano que lleva Ana Karenina en el momento de lanzarse bajo las ruedas del ferrocarril, al final de la novela", nos recuerda Anna Caballé en uno de sus últimos libros: precisamente el que lleva por título El bolso de Ana Karenina.

¿Qué contestar? Como toda dama de su tiempo, como tantas señoras de ayer y de hoy, Ana Karenina no salía sin cargar con ese fardo. Es un adminículo indispensable. La novela de Tolstói no proporciona datos suficientes sobre ese contenido. Ante tal cuestión, "no es posible compensar la ignorancia con ninguna forma de elocuencia", dice Caballé. ¿Qué hacer? Hay datos acerca de un monedero en dicho bolso, el que Karenina extraerá para comprar un billete de tren, el que iba a ser el último viaje de su vida. Pero sólo hay otras referencias más generales: que si finalmente arroja el bolso para así poder suicidarse sin lastre, sin asidero, que si dicho saco es el mismo que aparece al comienzo de la novela.

A estas especulaciones se entrega inteligentemente Nabokov y a estas recreaciones irónicas se dedica Caballé: ambos buscan la función de un accesorio obvio, cotidiano y preciso sobre el que no reparamos a pesar de estar presente en tantas y tantas escenas de la literatura. Es un dato concreto y es un símbolo, la metáfora del interior, del alma, la expresión de su propietaria. Si averiguáramos el contenido de este o de aquel bolso, descubriríamos el papel de su portadora, el sentido que este personaje tiene en la comedia general de la vida. "Un sobre sin inscripción alguna, un bolígrafo que ya no funciona, unas pastillas que han perdido su caja, o una caja que ha perdido sus pastillas, una vieja entrada, facturas pagadas...", enumera Caballé. ¿Facturas pagadas? ¿Y por qué no un libro, la última novela que la propietaria tiene entre manos?

Meses atrás y ante los periodistas, Rita Barberá admitió que no leía novelas, que le faltaba tiempo, que lo empleaba en obras edificantes: como una biografía del Papa, según confesó. Una pena. Disponiendo de un bolso recio y teniendo un buen fondo en el que almacenar objetos, la alcaldesa podría acarrear el último best-seller o un novelón de entretenimiento. Ahora que se acercan las vacaciones, los sacos de playa lo permiten todo. Aunque, puestos a recomendar, yo le sugeriría añadir un volumen menos gravoso, de tapas satinadas, resistentes a las cremas, un libro instructivo. ¿Su título? Manual de supervivencia en situaciones extremas. "Si algún día, por obra del azar, te encuentras en una situación delicada", leo en mi ejemplar, "esta guía imprescindible te dará la oportunidad de superar el obstáculo".

Pues eso: quizá su lectura le sirva a nuestra alcaldesa.

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