Las españolas, a ritmo de funk; las rusas, de Albéniz
La primera final de natación sincronizada transcurrió como de costumbre: con más estrépito que buen gusto. Las japonesas aturdieron a la audiencia con el estruendo de la música de Gumdan, un dibujo animado asiático. Las brasileñas bailaron la danza de los siete velos interpretada a la batería. Las italianas nadaron con un tema zíngaro reforzado con sintetizador. Las rusas sometieron los tímpanos de la audiencia a los rigores de una versión dramática de Asturias de Isaac Albéniz. Y así sucesivamente. Los equipos no saben cómo hacer para meterle ritmo y picante a una rutina de gestos técnicos fundamentales, impuesta por el reglamento, y monótona por necesidad. La acción de cadencia, el empuje, el paseo de frente, el boost rápido, la secuencia de brazos, la marsopa, las combinaciones pierna de ballet, el espagat y la acrobacia son el abecedario de la natación sincronizada. Los jueces se ponen en plan examinador en un clima de rigor sólo roto por el ruido discotequero.
Como en el Europeo de Andorra, y como en los Juegos Olímpicos de 2008, ayer el equipo español de natación sincronizada se lanzó a la piscina con la coreografía de Boogie Wonderland y Happy Feet. Los dos temas funk remiten a la era disco y están modificados por los arreglos del músico Salvador Niebla, que introdujo elementos de percusión para acompañar y acentuar los gestos de las nadadoras. El español fue el grupo más elegante, rápido e imaginativo de los 12 finalistas. Sólo en la sincronización, las nadadoras que dirige Ana Tarrés fueron inferiores a las rusas. Y la sincronización es lo que más valoran los jueces en esta prueba. España obtuvo 97.800 puntos, muy cerca de Rusia, que logró 98.300.
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