El 'sprinter'
Para el sprinter sólo importa el instante de cruzar la meta. Los 200 kilómetros anteriores le resultan indiferentes: no sirven más que para calentar el caucho de las ruedas, para afilar el aluminio de las llantas y para engrasar la cadena, de modo que en la recta final pueda lanzarse a 60 kilómetros por hora, con el manillar ardiendo entre las manos y todo el desarrollo en los piñones. Al sprinter tampoco le importa el tiempo que saque a los demás, sino la posición: cambiaría una hora de una etapa de montaña por esa décima de segundo que permite ganar un sprint. Su prestigio no se basa en la paciencia de amontonar segundos día a día para la clasificación final, sino en una sucesión de éxtasis breves, fulgurantes, nerviosos.
Acostumbrado a frecuentar el podio, a oír su nombre en el estruendo de los altavoces, a aparecer en el primer plano de las fotografías, ama el brillo y la exhibición. Frente a los escaladores, que suelen ser discretos, suspicaces, calculadores y prudentes, el velocista tiende a ser extrovertido, parlanchín, temerario, arrogante. Para él no hay término medio en la carrera, el éxito o el fracaso tienen grados absolutos: o cruza el primero la línea de meta, o no es nadie, queda reducido a la humillante condición de telonero. Tampoco tiene un futuro subalterno. El escalador de hoy puede ser un excelente gregario de mañana, pero al velocista le resulta difícil envejecer con dignidad dentro del pelotón. Es inusual que el sprinter de ayer acepte una función interina mientras espera un retiro boreal hundiéndose poco a poco en el pozo anónimo de las clasificaciones.
En los últimos años han prevalecido los velocistas altos y grandullones, copiados del molde del Rey León Cipollini: Tom Boonen, Thor Hushovd. Sin embargo, la magnífica tradición que continúa Mark Cavendish habla de tipos pequeños, de piernas poliédricas, con una venenosa velocidad en sus rodillas, pistones en las caderas y alas en las pantorrillas: Djamolidine Abdoujaparov, Jalabert, Zabel, McEwen, Freire. La vieja pregunta, pues, sigue en el aire: ¿quién corre más rápido, un caballo o un conejo?
Dos corredores entrando en meta. / timm kölln
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