Metallica pura, en vena
EL PAÍS sigue al club de fans de la banda en España, 'el Rumasa del metal'
Desde que Oscar se apropió en 1991 con el conocido como Álbum Negro en vinilo de su hermano mayor, siempre ha estado ahí. A las duras y a las maduras. En los malos momentos, cuando los componentes de Metallica se cortaron el pelo y firmaron tres discos potentes pero flojuchos; cuando el batería Lars Ulrich se opuso al popular servicio de descargas gratuitas de Napster y también cuando la banda de thrash metal más grande del mundo se convirtió en cuatro tipos absurdos y perdidos ególatras en el documental Some Kind of Monster (frente a la cámara desfilaron hasta psicólogos). Incluso entonces Oscar Cacho, informático de Bilbao de 29 años y con siete conciertos de Metallica a sus espaldas, estaba ahí. También, en los buenos momentos que, a juzgar por lo visto anoche en el Palacio de Deportes, ahora es uno de ellos.
El escenario se convirtió en una hoguera de luces y rock duro
Son las cinco y media de la tarde, quedan cuatro horas para que empiece el concierto y junto a Oscar está Alicia, catalana de 28 años y el granadino Juanjo, de 29, que, de negro, también hablan de refilón de los baches del grupo. "Los han tenido como todos", explica este último. "Son dioses que caminan sobre la tierra. Y si un día se les ocurre hacer un disco de flamenco con Diego El Cigala, ahí vamos a estar para animarles". Los tres son los medio "jefes", del foro metalitarium.net, una división -o chapter, capítulo, como se dice técnicamente-, del club de fans oficial de Metallica, que hoy cumple exactamente dos años de vida. Por 60 dólares al año reciben cuatro revistas y algunos privilegios como compra de entradas y encuentros eventuales con la banda. "Pero sobre todo queremos que sea la base de información más amplia de Metallica en castellano", explica Juanjo. "Vamos, somos como un holding... El Rumasa del metal". Junto a ellos y una veintena de socios más, 18.000 personas pasaron ayer por la plaza de Goya para ver el primero de los conciertos de Metallica en la capital. Hoy repetirán la jugada. En total, 36.000. "¿Locuras por el grupo? Hemos hecho muchas", continúa Juanjo con barbita fina y tatuaje a lo James Hetfield, líder del grupo estadounidense. "¿Te parece poco estar aquí en la cola desde las cinco de la tarde con este calor? Yo tengo la piel muy sensible".
Una epidermis que también sufriría, aunque de placer, cuando a la media hora de conciertos unos chorros de fuego llenaron el pabellón para acompañar a la canción One, uno de los momentos álgidos del concierto. A las 21.20 el grupo salía a las tablas como una metralleta: James Hetfield (guitarra y voz), Lars Ulrich (batería), Kirk Hammet (guitarra) y Robert Trujillo (bajo) se movían por el escenario -cuadrado y situado en el centro del Palacio- como por su cuarto de estar. Una docena de micrófonos repartidos en el cuadrilátero para que nadie se perdiese detalle. Cuatro ataúdes que hacían de focos desde el techo... Lo que aparentemente podría ser un desangelado escenario se convirtió en una hoguera de luces y rock duro. Sobrios pero sin renunciar al espectáculo Metallica convenció al público de que Master of Puppets, Nothing else matters, Enter sadman o Sad but true siguen siendo clásicos intemporales.
En medio de ese mar de cuernos, Jesús Gutiérrez, de 29 años, daba botes como un descosido. Pocos sabían que este aparejador en paro, había estrechado la mano metalera de James y Lars en el camerino de su concierto en Barcelona gracias a un pase especial para conocerlos sólo 24 horas antes. Un ritual que según los que lo han vivido se repite y describen como tranquilizador: "Te miran a los ojos y te preguntan de dónde eres", contaba Jesús. "Les llevé una bandera de España para que pusieran en su local de ensayo y lo agradecieron mucho. Trasmiten paz, yo fue el único momento que estuve tranquilo".
Un importante contraste con lo que el grupo ofrece en el escenario. Porque de paz, lo que se dice paz, poca cosa: con nueve discos, estos cuarentones pueden tener una vida apacible, con hijos, jardín y buenas botellas de vino pero sobre el escenario ofrecen lo único que saben hacer, rock duro del bueno -con algunos momentos de sonido enmarañado- pero eficaz.
Dos horas y 18 canciones después -acaban con la efectiva Seek & destroy-, las caras de felicidad rodean en pabellón. 60 euros bien gastados, piensan muchos. Otros como una vecina que ha sacado a pasear al perro no entiende como 18.000 personas pueden estar tan contentas al escuchar "ese ruido". Perdone, señora, con el debido respeto, a "ese ruido" se le llama arte.
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