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COSA DE DOS
Columna
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Frescor

África ofrece entusiasmado tratamiento de Mesías a ese político negro que se ha convertido en el rey del universo y que posee la luminosidad, el magnetismo y el imprescindible no sé qué que forman las señas de identidad de las estrellas duraderas. Es previsible que Israel ande mosqueada con su eterno e incondicional colega al constatar que este puede cometer la blasfemia de reconocer que los palestinos, esos parias machacados impunemente por algo alarmantemente similar al apartheid, pueden aspirar a tener derechos mínimos. Hasta los racionalmente escépticos sobre la posibilidad de que se pueda alterar el histórico y lamentable estado de las cosas, empiezan a creer que el tal Obama puede ir en serio, que la fuerza está en manos de un individuo legal y capaz, que frenará hasta un límite a los grandes depredadores, que las utopías puedan conseguir un poco de realidad.

Y te planteas cuanto tiempo puede durar en este mundo, a pesar de sus infinitos guardaespaldas, alguien que intente modificar con sensatez y atrevimiento lo repugnantemente establecido. Se han llevado por delante en su salvaje tierra a lideres que incomodaban menos que él. Este tío es negro, aparenta templanza, desprende seducción y autenticidad, da la impresión de que sabe lo que es moverse por la vida, no huele a burocracia ni al conveniente muñeco de las grandes corporaciones, tiene clase, cae bien a las victimas ancestrales y a la gente normal. Ojalá que no sea otro espejismo.

Y como se le presupone notable inteligencia y toneladas de datos sabrá que las escandalosas ganancias de los tiburones son sagradas, que todos los imperios sufren el ocaso y son reemplazados, que si cruza la raya le van a devorar, que tendrá que hacer pactos turbios y ceder de vez en cuando a las sucias salvaciones cotidianas, que las conjuras siempre van a amenazarle. Es tan atractivo que da miedo. A que te decepcione, a comprobar una y otra vez que el camino del infierno está lleno de buenas intenciones, a constatar que la alta política solo es cuestión de actores y de puesta en escena. Pero es grato, después de haber sufrido tanto tiempo al impresentable Bush, pensar que le ha sustituido una mezcla de Cary Grant y de Henry Fonda.

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