La feria de imágenes de Basilio Martín Patino
Ningún desconocido puede acercarse a saludar o besar a Basilio Martín Patino sin que Randa, un schnauzer enano ya algo mayor, atento vigilante, se mosquee y comience a ladrar enfadado. Sólo tras las salutaciones, Randa -nombre utilizado en Salamanca para calificar a alguien de sinvergüenza en plan cariñoso- se tranquiliza y se aleja. Son dos los espacios en los que Martín Patino (Salamanca, 1930), ese cineasta rompedor, rebelde y experimental, autor de algunas de las joyas de nuestra cinematografía -Canciones para después de una guerra, Nueve cartas a Berta, Mis queridísimos verdugos o Madrid-, trabaja y lee en su casa. Uno es la biblioteca, una sala rodeada de una magnífica librería, atestadas las esquinas del suelo de periódicos y papeles, y con sus cachivaches tan queridos, presidida por una fotografía de Picasso con el torso desnudo. Esas cajas y linternas mágicas de cine, ejemplares únicos que colecciona desde hace años, se hacen hueco junto a imponentes instrumentos musicales y antiguos rifles como de películas del Oeste. Pero el realizador busca en ocasiones su escondite: un cuartito de dos alturas, una cama abajo y una butaca en el altillo, con acceso directo a una luminosa y cálida terraza desde la que se divisan las cúpulas del Palacio Real y la catedral de la Almudena, en el mismo centro de Madrid. Solícito y afable, Martín Patino muestra el proyecto en el que está embarcado este verano: su participación en el pabellón de España de la Exposición Universal de Shanghai 2010, que se inaugurará el 1 de mayo, junto a otros dos cineastas, Bigas Luna e Isabel Coixet. A Martín Patino le ha tocado el espacio en el que se explica el cambio de la ciudad de nuestros padres a la actual. La fantasía algo disparatada y toda una feria de imágenes son los elementos con los que trabaja el cineasta. Con fotos propias de su archivo de los años sesenta en España e imágenes rodadas en la actualidad, Martín Patino buscará el impacto a través de unas grandes pantallas horizontales, que se van cruzando a diferentes alturas por el recinto, y una torre vertical de unos treinta metros, en las que, a lo largo de unos siete minutos, los visitantes podrán ir viendo la evolución de la sociedad española, con la música de fondo del Retablo de Maese Pedro, de Falla. Un matrimonio de los años sesenta que posa junto a su seiscientos al lado de una familia de hoy, quieta en la calle, mientras al fondo hay gente que entra y sale de un comercio. Fotos antiguas en movimiento metidas en la imagen del último rascacielos. Nuestra memoria, como asegura el director. "El carnaval de esas imágenes alborotadas que se van poniendo en orden. Eso es la memoria".
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