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Columna
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Cintura

Un embajador de la República Española -creo recordar que fue Ángel Ossorio y Gallardo, desde París- telefoneó un día a su presidente para anunciarle una noticia importante. Acabo de mandarle un mensaje cifrado, pero si espera un momento, voy a por él y se lo leo ahora mismo... Manuel Azaña resoplaría antes de contestar: "No, no se moleste, si lo ha cifrado, será por algo, ¿no?". Así que ya lo leo aquí cuando llegue. La anécdota, tan divertida como lamentable, es además muy aleccionadora. Sobre todo en estos días, gracias a la dimisión del director del Centro Nacional de Inteligencia.

Alberto Saiz, al parecer, daba su carrera política por concluida cuando propuso a sus superiores la depuración de 60 agentes cuya lealtad consideraba dudosa. Al margen de las acusaciones de corrupción desatadas contra él por medios afines a la oposición, los lectores de Le Carré comprenderán que nada en este asunto es tan relevante como esa sospecha. Pero lo que me ha devuelto al desparpajo de Ossorio y Gallardo no ha sido tanto que la crisis se resuelva investigando sólo a Saiz, sin molestar a los agentes que le parecían desleales, sino los argumentos esgrimidos por fuentes gubernamentales para justificar la elección de su sucesor.

Porque resulta que un Gobierno socialista ha afirmado que la condición de militar de Félix Sanz, el nuevo director del CNI, puede resultar eficaz para blindarlo frente a nuevas acusaciones de corrupción. Cuando lo leí, me quedé de plástico. ¿Y la historia de España, me pregunté, es que no se la saben? Menos mal que Rajoy vino en mi auxilio. "Alguien te puede tirar una piedra, pero si te apartas hábilmente...", comentó hace poco. Y entonces lo entendí. Debe de ser que los militares están en mejor forma física que los civiles para esquivar las pedradas. Al final, la corrupción va a ser una simple cuestión de cintura.

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