Elogio de la vulnerabilidad
Bien pensado, esto de quedarse sin vacaciones en el crudo julio matritense también tiene sus ventajas. Muchos se morirían de envidia el pasado viernes mientras veían a sus vecinos metiendo la tumbona hinchable en el maletero, naturalmente, pero la ciudad (hay que ser positivos) ofrece posibilidades inimaginables en primera línea de playa. Por ejemplo, la de descubrir a una casi ignota cantautora canadiense, Ora Cogan, a la fresca, por un precio irrisorio y en ese templo de la modernidad (dicho sea sin retintín) en el que ha acabado por convertirse La Casa Encendida.
Ya fuera por la extrema asequibilidad de la oferta, por disfrutar de una azotea con encanto o porque esta generación MySpace se las sabe todas, las 300 localidades se volatilizaron y más de uno maldecía su mala cabeza por no haber reservado con antelación. Era el estreno del ciclo La Terraza Suena, que ocupará todas las anochecidas dominicales de julio y agosto, y la próxima semana habrá tortas cuando la visite la estupenda Joan as Police Woman. Ahí queda el aviso.
ORA COGAN
ORA COGAN (voz y guitarra eléctrica). La Casa Encendida (Terraza). Madrid, 5 de julio. Tres euros. Lleno (300 personas).
Ora Cogan es reconocida en los foros musicales por su tercer disco
Cogan tiene 27 años, reside en Vancouver, sus ancestros son israelíes y anda ya por el tercer disco, aunque sólo a partir de este último, Harbouring, ha comenzado a ser mencionada en las tertulias europeas de la melomanía más insaciable. Su propuesta -intimista, dolorida, sutil, a ratos muy emocionante- llega, la verdad, en el mejor momento. Si 2008 fue el año en que se redescubrió el poder flamígero del soul, ésta parece la temporada más propicia para el neo-folk, y mejor aún si llega con marchamo femenino. Crónicas atormentadas a media voz, arreglos mínimos para un puñado de historias vertidas a corazón abierto. Economía expresiva y alto voltaje emocional como banda sonora para estos tiempos achuchados.
No era un menú en absoluto liviano, pero el público (salvo el locuaz rubito guiri del extremo derecho) respondió con un respeto casi reverencial. En silencio y con maneras casi de yoguis: al cronista no le quedó más remedio que despanzurrarse también en el suelo, para no llamar demasiado la atención, y aunque ya no tenga edad como para que ni el más piadoso de los revisores le deje entrar en el metro con el Abono Joven. Para mejor mimetizarse con la chavalería le faltó sólo descalzarse y extraer de la mochila alguna latita de cerveza, elemento básico en tiempos caniculares. Para otra vez ya se sabe.
Alta, delgada, cabizbaja, vergonzosilla y con un par de trenzas jugueteando con la brisa, Ora se antojaba la estampa misma de la trovadora frágil. Pero tan hartos como estamos de tanto engreído y chuleta, de tanto machote dispuesto a pisotear al prójimo en el santo nombre del progreso y el ascenso en el escalafón social, la vulnerabilidad emerge como una virtud digna de ser reivindicada sin que le tiemble el pulso.
Cogan parece una versión femenina de Devendra Banhardt, trae a la memoria a sus amigas y paisanas de The Be Good Tanyas y alguna vez, cuando hurga en el registro más agudo de su garganta, evoca el espíritu joven de su paisana más excelsa, Joni Mitchell. Si encima ofrece su hechizo a la caída de la tarde y con vistas a los cielos de Madrid, resulta difícil no marchar con la sensación de que el verano mesetario puede ser un refugio perfecto. La próxima vez habrá que probar suerte en la terraza del Círculo de Bellas Artes, otro rinconcito en las alturas propicio estos días para los advenimientos sonoros.
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