Sultanes
Cuenta el demoledor Giovanni Sartori en una entrevista publicada ayer en este periodico que no hay peligro de que se tambalee el sultanato democrático de Berlusconi ya que a la mayoría de los italianos les gusta su personalidad, es el dueño del país, tiene comprada a la Iglesia y dispone de la casi totalidad de los canales de televisión, que es el medio con el cual se informa el 80% de la población.
No hace falta que el lúcido y desconsolado politólogo aclare que ese supuesto espejo de la vida a través del cual la gente interpreta el universo sirve para manipular, ocultar, embrutecer y degradar la realidad, que las cosas sólo existen a condición de que aparezcan en la tele.
Si no estás familiarizado con ella puedes sentir tanto estupor como ignorancia cada vez que los infinitos profesionales de la nada, gente cuya surrealista popularidad se debe a que han protagonizado concursos bochornosos, o han merodeado por el lecho o la intimidad de algún personaje folclórico y racial, vomitan sus conocimientos delante de la cámara mientras que proclaman con arrogante seguridad: "Toda España sabe que lo que digo es cierto". Y te planteas en qué consiste eso de España. Y te dan escalofríos imaginando que lo que revela ese personal fascina a los espectadores.
Se supone que el demencial espectáculo que crean esos currantes ocasionales o fijos del fango está muy bien retribuido, que les ofrece a los que antes eran ciudadanos anónimos algo más practico que los 10 minutos de reconocimiento público a los que pueden aspirar los habitantes de la aldea global. Los primeros te pueden dar grima. Los que exhiben gratis sus miserias en ese circo, por afán de grotesca fama, sólo piedad. Me la provoca una ex pareja de homosexuales que se crucifican en un cutrerío titulado De buena ley. La razón es que uno de ellos abandonó al otro para casarse con una mujer y el despechado le exige a su antiguo seductor 50.000 euros por daños y perjuicios, por no haberse atrevido a salir del armario. El otro exhibe su derecho a no tener que dar cuentas a nadie de su sexualidad. Y aparece un juez. Y la maris y los jonathans del plató les jalean o lapidan. Y las hienas que planifican esa sordidez verifican sus ganancias.
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