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Columna
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El debate intelectual

En los últimos años, el debate intelectual se ha visto deformado o se ha desplazado hacia polémicas de carácter personal y descalificaciones más que a profundizar sobre aquellos asuntos relacionados con la prosperidad, bienestar, avances tecnológicos, descubrimientos científicos y posicionamientos en los mercados. Quizás estas desviaciones sean porque en el momento actual los denominados intelectuales son definidos por aquellos colectivos que destacan por su protagonismo en la esfera pública más que por sus aportaciones consistentes y por las reflexiones amparadas en métodos científicos contrastables. De esta forma, la emergencia de los intelectuales, los llamados "grupos de abajo firmantes", se amplía a todos aquellos que sean capaces de estar presentes en cualquier medio de comunicación.

La categoría de intelectual se ha ampliado a todo aquel con presencia en los medios de comunicación

Así, no resulta fácil distinguir entre quienes se sitúan en la derecha o en la izquierda ideológica; como también es compleja la distinción entre los que poseen opinión de los que carecen incluso de compromiso. Lo resaltable de ese grupo emergente radica en conseguir, por cualquier medio, ser objeto y estrella en cualesquiera de los numerosos medios de comunicación. De esta forma, el debate intelectual está preñado de vagas referencias doctrinales aunque no resulte fácil distinguir las diferencias de enfoques. Por eso, en determinados foros se exige claridad en la exposición, en los enfoques y en los niveles de acepción.

Una segunda reflexión sobre el actual debate intelectual es la que hace referencia a las preocupaciones y concepciones globales de la sociedad y, mucho más en concreto, sobre las consideradas aspiraciones y oportunidades que se ofertan a los ciudadanos, así como su forma de evaluarlas. Es decir, se ha pasado de unos conceptos de educación, sanidad o defensa formulados como esencia básica del funcionamiento de un país y convertidos, por lo tanto, en premisas constitucionalistas, a otras situaciones en las que se desea apostar por criterios plagados de elementos relacionados con el subjetivismo relativo o basados en modelos insostenibles de políticas cortoplacistas.

En tercer lugar, los discursos de los denominados grupos emergentes se fundamentan en su protagonismo biográfico, en justificarse ante sí mismos y ante los suyos y en la asunción de que los planteamientos ideológicos pueden bascular de un extremo a otro. Esta forma de comportamiento garantiza (y, de hecho, proporciona satisfacción individual) poder dar respuestas continuas a la mayor parte de las situaciones dadas las diferentes posiciones volátiles.

No resulta difícil encontrar actitudes que abjuran de las ideas clásicas adoptando ideas menos dogmáticas y esquemáticas, lo que da pie al predominio de una continua improvisación y a un leve compromiso a cada momento. Así, casi siempre se encuentra un fácil remedio a las situaciones complejas e híbridas.

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En cuarto lugar se acepta la confusión sobre los conceptos y, de esta forma, también se extiende sobre el espíritu y la forma, como diría Sombart. Esta mezcla poco consistente, y con ausencia de coherencia en los objetivos y en la utilización de herramientas y políticas, está a la orden del día. Este razonamiento ha dejado de ser patrimonio de los tradicionales intelectuales de un país, pero ha anidado en el denominado grupo emergente que, al amparo de los procesos de globalización, comienza a extenderse y asentarse en cualquier latitud y evoluciona tan súbitamente que, en la actualidad, parece aceptarse el dicho de que cualquier intelectual puede hablar de la totalidad de las cosas y abrazar en cualquier momento la doctrina que desee.

Al analizar este panorama algunos históricos intelectuales argumentan que estamos ante un fenómeno de cambio de generación. No llego a compartir este razonamiento porqu,e aunque existan bandazos sorprendentes a lo largo de la evolución personal de cada uno de ellos, no quiere decir que todos cambien al mismo tiempo y con la misma intensidad, sino que existen numerosos grupos que continúan sosteniendo las mismas ideas, incluso reforzándolas y actualizándolas.

En suma, en el debate intelectual es preciso analizar los recorridos, los avances y las modernizaciones. Es evidente que los trayectos están sembrados de dogmatismos y de sectarismos pero, al mismo tiempo, de exigencia de coherencia. Aunque lo relevante para algunos consiste en no pasar desapercibido, para otros, lo resaltable es ser consecuente. Esta es la principal aportación del actual debate intelectual.

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