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Columna
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Sártor ataca de nuevo

"Sartor" es la palabra latina para la castellana sastre, y origen además de esta última. Admítanme, sin embargo, que si dejamos de lado su significado y nos limitamos a su fonética, Sártor es una palabra más adecuada para llamar a uno de esos personajes malévolos o siniestros que suelen abundar en las sagas medievalizantes, cómics de lo mismo, y relatos de ciencia-ficción. Sártor podría ser un personaje literario, pero se da el caso de que entre nosotros es un literato que es, además, todo un personaje. Pues bien, este personaje ha escrito uno de estos días algo, y digo algo porque no sabría precisar si se trata de un artículo, una homilía, una carta pastoral o un aviso para navegantes.

En ese algo, Sártor les habla a sus fieles de la buena prosa, de que hay que escribir bien, con belleza, con esa belleza que no es otra cosa que "el resplandor de la verdad". No siempre es así, ya que la buena prosa, como ocurre con la del enemigo, puede ser un vehículo de la mentira, una manera de engañar a la gente. Entre disparates almibarados que no conducen a nada, salvo a fijar la autoridad sacerdotal de quien habla, la homilía de Sártor cambia de pronto de registro para pivotar en torno no de un mal ejemplo de buena prosa engañosa, sino de un ejemplo de prosa "maloliente", paradigma de la de un enemigo al que convierte en punto de referencia, Iturgaiz, en su requisitoria a los socialistas.

Las palabras de Iturgaiz a las que se refiere Sártor son absolutamente rechazables, pero dudo de que sean engañosas. Él, en cambio, sí nos engañó no hace demasiado tiempo, dándonos a entender que ignoraba lo que perfectamente sabía. Cuando las listas de Iniciativa Internacionalista fueron impugnadas, Sártor no se limitó a esperar el veredicto de los tribunales, sino que habló, y sus palabras, además de engañosas, fueron mentirosas. Llegó a decir que consideraba absolutamente disparatado que se lo vinculara con Batasuna e incluso recurrió a una supuesta amnesia para sacudirse de encima su vinculación con ANV. ¿De verdad que no la recordaba? En un pasaje de su homilía, Sártor nos recuerda que la mentira es también un arte, e incapaz de abandonar el bello estilo y de abstenerse de decorarlo con una cita, se le desliza una asociación que constituye algo más que un síntoma: "La mentira es... una de las bellas artes como el crimen lo era para el irónico y genial Thomas de Quincey". Falso. Ni la mentira ni los crímenes forman parte de las bellas artes fuera de las páginas de un libro. Fuera de éstas ya no es el escritor quien juzga, sino la ley. Sastre se ha inventado a Sártor como un personaje que circula por la vida como si de la ficción se tratara. Y se refugiará en Sastre, el escritor de prestigio, para protegerse de cualquier acusación de que pueda ser objeto Sártor. Yo los ignoraría. Sólo tendría en cuenta que Sártor y Sastre, que no son precisamente el sastrecillo valiente, ya no pueden engañar a nadie.

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