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"Debajo de los mandilones hay personas"

Multas de setenta y cinco pesetas por dejar la luz encendida. De cincuenta por comer chicle. Subidas salariales del 0,5% durante más de quince años. Josefina Deza, Finuca para sus compañeras de la sección de planchado de Caramelo, esconde tras sus ojos azules el blanco y negro de los últimos 38 años de la historia de una de las grandes empresas textiles gallegas. "¿Quién levantó todo esto? La vimos nacer y crecer y la veremos morir", lamenta.

En eso coincide con los nuevos propietarios de Caramelo, el holding Inveravante, de Manuel Jove, cuyos directivos han declarado insolvente a la compañía bajo una premisa: "El proyecto, tal y como está concebido, es inviable".

Casada y con dos hijas, Finuca peina los 55 años. Entró en Caramelo de cría, a los 16, "un año sin asegurar", dice, "y ahora nos hacen sentir y salir como criminales". "Trabajar ahí dentro, desde hace unas semanas, con un guardia de seguridad por cada sección, es lo más parecido a Guantánamo que he visto", advierte.

"Después de llevar 37 años dicen que no estamos cualificadas"
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Ella forma parte de la veintena larga de trabajadores que fueron despedidos tras los altercados de hace dos semanas en la fábrica. Ni pertenece al comité de empresa ni a la CIG, central mayoritaria entre la plantilla, pero lleva habitualmente un mandilón rojo, como sus compañeras de la sección de plancha. Horario de siete a tres, con media hora para comer. "Y pensar que éramos felices con un salario de 728 euros al mes".

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En Caramelo, los pantalones son cosa de mujeres. Lleven mandilones azules o rojos. Desde siempre. Tres cuartas partes de los 237 trabajadores sobre los que pesa el ERE son féminas. Como lo son también 14 de los 17 miembros del comité de empresa.

Más pantalones y más mujeres. De los más de cuatrocientos empleados de la fábrica de A Grela, sólo un centenar son hombres. Dolores Morán, Mariló para todas en el departamento de mangas, sí está en el comité presidido por Isabel Muíño. "Nunca rompí un plato y ahora dicen que me he cargado la vajilla entera", explica.

El caso de Mariló, de 54 años, llama la atención. Pertenece al comité, pero no estaba incorporada al ERE. Ahora, pesa sobre ella un expediente de despido que ha tenido que explicar a sus tres hijos, tras 36 años en Caramelo. "Debajo de los mandilones hay personas", barrunta.

"Cuando José Antonio Caramelo fundó todo esto éramos diez en un bajo de la calle Juan Castro Mosquera, en la Cuesta de la Unión, empezamos con gabardinas antilluvia y mira a lo que llegó la empresa", cuenta. "Y eso que la llegada de Jove fue como un alivio, una especie de salvador para los trabajadores, porque esto iba ya muy mal", intercede Muíño. Isabel, la presidenta del comité, es como un microondas. La más rápida en calentarse. "Van a por nosotros. Esto es un caos, siguen abriendo tiendas mientras aquí estamos así; con un equipo que han traído única y exclusivamente para desmantelar todo esto".

Isabel, 46 años, lleva dos al frente de los trabajadores, anota en un cuaderno todo lo que está pasando y todavía recuerda el pareado de Jacobo Anduiza, uno de los directivos del nuevo equipo, a su llegada a Caramelo. "Este es el tren de la ilusión y al que no le guste que se baje en la próxima estación", había dicho al parecer el flamante ejecutivo. "¿Te lo puedes creer?".

Como una Isabel con los ojos encendidos, María José, Pespe, López, desde su puesto en termofijado, da la puntillla: "Dicen que no estamos cualificadas después de llevar 37 años en la empresa. Es de risa".

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