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AL CIERRE
Columna
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Mecenas

En el pasado congreso de Economía y Cultura celebrado en Barcelona hubo coincidencia en la reclamación de una nueva ley de mecenazgo, española y catalana, que incentivara la actuación cultural de empresas y particulares. Seguramente es necesaria, pero convendría que se tuviera claro que mecenazgo no es lo mismo que patrocinio. El primero, en origen, era desinteresado. Normalmente, el mecenas era alguien que tenía el dinero suficiente para apoyar las artes con el objetivo último de contribuir al enriquecimiento colectivo de la sociedad. De éstos, la verdad, hay pocos. En general, lo que abunda ahora son los patrocinadores, casi siempre empresas, que hacen sus aportaciones a cambio de publicidad o de un prestigio que les suma como activos a la hora del marketing. Aunque hacen falta, y más en momentos de recorte de las inversiones públicas.

En los últimos tiempos, de hecho, han salido a la luz numerosas colecciones privadas que abren sus puertas en diferentes espacios de Barcelona y otras ciudades catalanas; la última es la que se anunció esta semana del publicista Lluís Bassats en la Nau Gaudí de Mataró. En general, son fundaciones privadas que suelen responder a los gustos particulares del coleccionista y que dan cuenta de otras miradas sobre el arte que no tienen los museos públicos, que en esta labor tienen que ser más estrictos y profesionales. De momento casi todas ellas se autofinancian, por lo que, desde luego, sus responsables merecen ser considerados mecenas. Otra cosa será cuando empiecen a necesitar y exigir ayudas públicas para sobrevivir.

Lo que es curioso, sin embargo, es que se repite la historia del siglo pasado. Mientras que las administraciones se han pasado los últimos 20 años intentando compactar las pequeñas colecciones heredadas para crear centros potentes, la sociedad civil sigue empeñada en atomizar el patrimonio. Es verdad que da más prestigio una fundación propia y también lo es que faltaría una buena ley de mecenazgo que incentivara las donaciones. Pero sería bonito que alguna vez los coleccionistas se animaran a sumar esfuerzos y donar o depositar, filantrópicamente, algunas de sus obras porque sí, por el bien común.

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