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FUERA DE CASA | OPINIÓN
Columna
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La clase trabajadora no irá al paraíso

Me he pasado la semana utilizando una vieja estrategia de los pobres: escuchar. El maestro Pla decía que tener que escuchar era una lata y que una de las razones de envidiar a los rentistas es porque ellos puedan vivir sin escuchar a nadie. Nunca seré rentista, me sigue gustando escuchar y tampoco seré Pla. No es mi siglo. Lo pasé bien escuchando a veteranos del verano en la Costa Brava. Y la escucha siguió en Barcelona, con incrustaciones mesetarias y periféricos culturales. Todos congregados por dos queridos trabajadores de la gauche divine, Beatriz de Moura y Toni López Lamadrid. Cuarenta años haciendo posible una editorial que rentabiliza sus estrellas millonarias -Kundera, Almudena Grandes o Mankell- y, además, publicar a Hidalgo Bayal, Pinilla o un secreto de nuestra literatura llamado Cristóbal Serra.

Beatriz de Moura y Toni López Lamadrid entierran un pasado de nobles negreros con su pasión por la vida y la literatura

Escuché con sorpresa, aunque lo había leído, que obra tan satírica y saludable como Viaje a Cotiledonia sea la menos vendida en los cuarenta años de Tusquets. Libro paralelo y anterior al Cortázar de Cronopios y las famas. Ejemplo de famas son los Onerarios de Cotiledonia: entusiastas del trabajo, para los que "sólo cuentan los jalones de la industria y el estiércol de la estadística. Y ponen códigos muy suyos para hacer trabajar al gandul y despabilar al contemplativo". Aburridos. Prefiero a trabajadores que, como De Moura o Lamadrid, son capaces de disimular su sudor presente o de enterrar un pasado de nobles negreros con su pasión por la vida y la literatura. Gentes que compartieron veranos, playas y bares del Ampurdám, con los Regás, Gil de Biedma, Puig Palau, Ridruejo, Herralde, Villavechia o con un joven Serrat que también trasnochó con esos maestros en bucear placeres, en gozar, leer y burlar la dictadura. Algunos escucharon eso de "señorito, los de la Brigada Político Social están en la puerta", pero siguieron jugando al ajedrez con Duchamp, fueron vecinos de Max Ernst y conocieron ruidos o silencios de John Cage. Supieron vivir como si las vacaciones no se terminaran. Liberada tropa que supo rebajar sus diferencias, sus odios, hasta convertirlos en elegantes menosprecios pasivos. Una lección de convivencia.

Elegantes, resistentes y un punto decadentes, como de corte republicana sin república. En esa pandilla podía estar la fumista, y experta en fugas de toda severidad, María Vela Zanetti. Acaba de publicar Maneras de no hacer nada, con estilo inglés en español. Un relato habla sobre los misterios del armario eclesiástico, concluye: "...una niña aburrida mientras seguía la misa, al reparar en la tonsura del oficiante, preguntó por qué el cura tenía esa mella perfecta en lo alto: el poeta impío respondió: es para descorcharlos mejor". Como ya no vamos a misa apenas tenemos curas que descorchar. Hay menos tonsuras. Menos gauche divine, ¡ay! Bebamos. Para entendernos, digo.

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