Una nación, una fiesta
Casi 50.000 espectadores llenan el estadio de cánticos, bailes y ruido de trompetas
En el Free State Stadium hubo ayer una fiesta. Puede que el partido fuera aburrido, pero no lo fue, ni mucho menos, el ambiente de las gradas. Básicamente, procedentes de Mangaung, claro, pero llegados de todos los rincones de Suráfrica, los 48.000 espectadores que llenaron el recinto se encargaron de convertir un mal encuentro en una muestra de orgullo y felicidad inolvidable. Las banderas surafricanas, y también muchas españolas, dieron color a la grada, las vuvuzelas (una trompeta alargada) metieron ruido y los cánticos dieron sentido a un partido que, como ocurriera durante el Mundial de rugby, en 1995, unió a todo un pueblo a través del deporte.
John Smit, capitán de la selección de rugby, que ayer posó con la camiseta amarilla de los bafana bafana después de ganar en Durban a los Lions, aseguró: "Somos un único pueblo persiguiendo un objetivo común: que la selección se meta en semifinales".
"Es difícil de explicar", avisa Carlos Amato, redactor del Sunday Times, de Johanesburgo, cuando se le pregunta si cada vez hay más blancos en el fútbol surafricano. "Sí, hay muchos blancos que siguen a los bafana bafana, pero también muchos negros que van con España. Esto es un lío", dice mientras a su lado un grupo de zulúes despliega una pancarta con el lema: "El Niño, you're the best" ("eres el mejor").
Lisa van Heerdew y Daniel Puente llegaron juntos desde Johanesburgo. Lisa es blanca, rubia, pura afrikáner; Daniel es moreno, hijo de emigrantes gallegos. "Somos novios o algo así", explica Daniel, con una bandera de España al cuello. Nacido en Suráfrica, avisa: "Yo, gane quien gane, estaré contento".
Avon Themba y su hijo Ovatine han llegado de Pretoria y sólo contemplan una posibilidad: 3-2, repiten al tiempo que dan por buenos los 140 rands (12,4 euros) que han pagado por las dos entradas. Ovatine sopla la vuvuzela. Dice que imita el sonido de las bocinas de los trenes entrando en los guetos durante las décadas de la segregación racial.
Las entradas de Thabiso Selai, un niño de 15 años que aparenta menos, las ha conseguido su padre en el hotel donde trabaja. No pudo acompañarle al campo, pero sí el resto de la familia: Thabiso, que juega al críquet, tiene dos hermanas pequeñas que cada diez minutos le piden a mamá galletas y zumo. Previsora, la madre lleva una mochila-nevera que guarda debajo del asiento. No son los únicos. Juntan las manos para cantar el Nkosi Sikeleli Afrika, el himno nacional de Suráfrica, que se canta en cuatro idiomas: zulú, tswana, inglés y afrikaans. Detrás, un niño rubio como la cerveza, canta junto a su padre, abrazado a un hombre negro. "Somos amigos, no tiene nada de raro", razona Ed van Wineel cuando el partido está a punto de empezar. Durante los 90 minutos, el ruido de las vuvuzelas no cesa; los cánticos y los bailes, tampoco. Ni el agitar de las banderas, claro. Emociona escuchar a 48.000 aficionados cantar el Shosholoza incluso después de perder el partido, una canción de ánimo zulú que une a blancos y negros. Suráfrica, una nación, una fiesta.
El lío del Grupo B
- Brasil se clasifica salvo si pierde por dos goles o más y Egipto gana por tres o más. - Italia, si gana por dos o más goles, por uno y Egipto gana por la mínima empata o pierde, si empata y Egipto no gana, si pierde por los mismos goles que Egipto.
- Egipto, si gana e Italia pierde, si lo hace por un gol más que Italia, si empata e Italia pierde, si pierde por un gol menos que Italia.
- EE UU, si gana por tres o más goles a Egipto, Italia pierde con Brasil y la supera en goles a favor.
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