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Columna
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La corrupción no sale gratis

Reconozcan los sufridos contribuyentes la contradicción que supone protestar o torcer el gesto por la subida a traición del precio de las gasolinas, cuando justo anteayer consentían o aplaudían en silencio el dispendio de las arcas del Estado en reflotar las factorías automovilísticas. Habrá que sumar otros daños colaterales a esta broma de futuro productivo, como el sacrificio del territorio necesario para habilitar nuevos carriles que facilitarán la pronta llegada al atasco, pero de eso ya hablaremos. El impuesto sobre carburantes, ya se sabe, tiene la categoría de indirecto, a diferencia de la declaración sobre la renta. A la hora de llenar el depósito, abona lo mismo por cada litro el operario que recurre al utilitario para ir al tajo, que el autónomo hiperpijo que estrella 80.000 euros de bólido en un subidón por autopista. Con la corrupción ocurre igual. Es otro impuesto indirecto que afecta por igual a los ciudadanos de izquierdas y de derechas. Aunque no reaccionan igual. El primero no disimula la creciente irritación frente al hedor del lodazal, hasta el extremo de contribuir a la abstención electoral, la derecha eufórica también cotiza en la mutualidad de charcuteros sin licencia. Todos pagan. Unos con la impotencia y el hastío añadidos, otros contentos de arropar a la peña, porque son "su peña". Y para que se lo lleve la horda, deben barruntar, pues arramblen los nuestros, que acreditan linaje, y se emocionan con el himno, la hípica y la Fórmula 1. Sin olvidar a nuestro Valencia CF y el quebranto en que quedó instalado, también gracias a Francisco Camps y Rita Barberá, cuyos rugidos postelectorales en el taller y en el campo resuenan, pues el eco de las victorias el PP es mucho eco para ciudad tan sometida. Si una trama corrupta, llámese Gürtel o Alí Babá, logra sustanciosos contratos de las administraciones públicas con influencias y malas artes, el resultante es que además de embestir contra el mercado propiamente dicho -sacrosanto principio de la derecha-, cuantos no participan en el reparto del botín, ni siquiera con regalo de trajes o superobsequio equivalente a pasarse cuatro calles, sufragan la operación con sus impuestos no evadidos. A la hora de facturar, la prebenda se apunta al coste, nunca al beneficio industrial. ¿Cómo lo calificarán en privado, cuando se disipen los efectos del baño de masas y del qué grande eres, Paco? Ahora que la subida de los carburantes suma en período de recaudación fiscal, es buen momento para que los votantes eufóricos, empresarios obsecuentes, sindicatos de donantes y entusiastas de la causa se lo hagan mirar. Absténganse tertulianos, que ya les echan de comer aparte.

La corrupción, lejos de salir gratis, cuesta un huevo. También para los amigos del alma o de los intangibles, que para el caso es lo mismo. El régimen de Camps vende una combinación de nada y enemigo exterior, empaquetada con lazos retóricos y sobredosis propagandística. Un chusco que entontece a la mayor parte de la ciudadanía, ignorante de su cotización en un festejo sufragado con impuestos indirectos. Cosa distinta son los costes electorales. A la derecha le va la marcha y más allá no se perciben signos de vida inteligente. El abanico de siglas y dirigentes manifiestamente prescindibles ya encaran la próxima derrota con su tradicional entusiasmo. Ahora mismo, contra los usos y costumbres predemocráticas del PP, el máximo interés de los presuntos socialistas se concentra en investir a doña Pajín como senadora. Sin comentarios.

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