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Columna
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La tempestad

Los socialistas valencianos comenzaron a perder elecciones en 1993 y todavía no han parado. Las excusas con que han justificado todas y cada una de sus derrotas han sido variopintas. La más recurrente, que la abstención les perjudicaba en beneficio del PP. Hasta que llegaron las municipales de 2007 y las generales de un año después y las altas tasas de participación les dejaron sin argumentos. El PSPV volvió a perder los comicios europeos del pasado domingo por 15 puntos de diferencia respecto del PP. Y, como siempre, se encontró una explicación que, de tan inane, mejor no recordar. En buena medida, la abstención fue la consecuencia de una campaña que sólo buscaba movilizar a los convencidos. En la Comunidad Valenciana se daba, además, una circunstancia: Buena parte de la estrategia electoral de la derecha y de la izquierda giró en torno al caso Gürtel. Los votantes del PP se sintieron más identificados con la supuesta agresión sufrida por su líder, Francisco Camps, y acudieron en masa a votar para defenderle. La izquierda no encontró muchas razones para acudir a las urnas.

Las derrotas del PSPV han sido tan continuas como algunas constantes que se revelaron en 1993 y todavía siguen ahí sin que nadie parezca dispuesto a removerlas. Hace 16 años ya quedó claro para quien quisiera verlo que los socialistas valencianos se habían quedado sin discurso, sin liderazgo, sin apenas influencia en la política española y con claras muestras de división interna. Hoy, esas cuatro características persisten corregidas y aumentadas. Con un añadido. En 1993 gobernaban en España y en la Comunidad Valenciana y la crisis económica les pasó factura. Ahora tienen el poder en Madrid, pero son incapaces de trasladar a la ciudadanía que alguna responsabilidad en la misma tiene el gobierno de la Generalitat. ¿Por qué? Por lo mismo que hace 16 años. Ni entonces ni ahora fueron capaces de construir un discurso propio que les protegiera de los vaivenes del socialismo español.

Hace cinco años el PSOE recuperó la Moncloa, pero lo que tenía que ser un punto de apoyo para el despegue de la federación socialista valenciana, se convirtió en una paletada de tierra más sobre la fosa en la que están enterrados. Si Felipe González tenía poca consideración hacia el PSPV, Zapatero sencillamente la ignora. Para qué tener en cuenta a una federación que, en el peor de los casos, solo produce quebraderos de cabeza por sus fracturas internas, y, en el mejor, no cuenta para nada por esas mismas razones. Para qué perder el tiempo con un territorio que en todas las elecciones generales siempre ofrece, como mínimo, el 40% de los votos al PSOE. Esta campaña de las europeas ha sido paradigmática de la displicencia con que Ferraz y Moncloa tratan al PSPV en particular y a los valencianos en general. De toda la retahíla de altos cargos socialistas que han participado en la campaña, desde Zapatero hasta De la Vega, pasando por López Aguilar, ninguno de ellos se ha molestado lo más mínimo en hablar de cuestiones que podían interesar a la Comunidad Valenciana. Sus discursos, con ligeras variantes, habrían sonado igual en Segovia.

En Ferraz, sede del PSOE, se han preocupado por la Comunidad Valenciana tras comprobar su hundimiento en Cataluña y Andalucía. Seguro que han dejado de preocuparse tras constatar que en la peor de las hipótesis -la traslación a una generales del resultado de las europeas-, solo se perdería un diputado por Alicante que con una participación razonable se recuperaría.

Ernest Jünger dijo algo así como que la grandeza se halla expuesta a la tempestad. La charca pútrida que es el PSPV empezará a oxigenarse en la medida que alguien sea capaz de provocar una tempestad. Y no serán, desde luego, los oportunistas que hasta el 6 de junio levantaban la bandera de la independencia y el 8 rendían pleitesía a Ferraz. Ni quienes ven en la derrota de todos, una razón para su victoria.

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