El hombre que tiraba de memoria
"Escribo pasado vestido de presente", afirma Jesús Pardo. El autor publica Borrón y cuenta vieja, tercer tomo de su autobiografía, un género que "debe ser veraz, no verdad"
La memoria, para Jesús Pardo (Santander, 1927), no es aquel cruce de neuronas que nos reconforta con lo vivido. Ni todo lo bueno que recordamos sobre este a veces penoso, a veces alegre, asunto que es la vida. La memoria es algo frío, un zarpazo a menudo crudo de lo que fuimos. Un laberinto que zigzaguea, una cuenta que jamás se va a pagar. Ni siquiera por escrito. Y eso que él va poniéndose al día, saldando deudas con su propia conciencia, en los tres tomos de vivencias que ha publicado hasta ahora.
El primero, Autorretrato sin retoques (Anagrama
), conmocionó no sólo a los restos del Santander de su infancia y del superviviente Madrid de la posguerra. También colocó el listón bien alto para quien a partir de entonces se atreviera a abordar un género que Pardo sacudió violentamente. Con su autobiografía, este escritor políglota, estudioso de trece lenguas, algunas de ellas muertas, bibliófilo obsesivo y culo de mal asiento, llevó descarnadamente la exploración interior a unos límites poco conocidos.
"Lo peor que se puede ser en este mundo es étnicamente puro. Cuando yo salí de España era un señorito fascista, luego me fui normalizando"
"Me he convertido por miedo. Vivimos en un Universo vasto, donde nunca lo vamos a descifrar todo. Así que cada vez creo más posible lo imposible"
Raro era el caso de valentía y verdad con el que alguien se fustigaba en un libro. Después vino en esa misma línea Memorias de memoria (Anagrama) y ahora llega esta tercera entrega, Borrón y cuenta vieja (RBA), en la que el tiempo, la vejez, los fantasmas del pasado y la búsqueda de un último alivio le han valido para escribir su parte más serena.
Aun así, con esa cierta paz que raramente le perturba nadie en su casa madrileña de la plaza de Oriente, Pardo cree que las memorias que se publican en España dejan bastante que desear. Pocas responden a lo que hizo Pío Baroja, uno de sus modelos, en las suyas. "La mayoría las escriben para decir que todo ha sido cojonudo, para subirse el sueldo", comenta. Y en ese esquema no puede entrar lo que él considera la clave del género. "Debe ser veraz. No verdad. Porque la verdad es inasequible a la mente. Hay que escribir las cosas como se recuerda que pasaron. Lo que no quiere decir que se cuenten como en realidad ocurrieron. Escribo pasado vestido de presente".
La tarde discurre lenta en el salón de Pardo. Las paredes están forradas de libros -25.000 en total, entre la casa y el desván- con algún hueco para cuadros y fotografías familiares. Sobre todo de la tía Curra, que fue en realidad una madre, y de su suegra, Rosario: "Una excelente persona", asegura. Aunque la mujer no se arredraba a la hora de echarle en cara ciertas cosas a su hija Paloma: "¡Deberías haberte quedado soltera para cuidarme!".
Ha aprendido a llevarle la contraria a su admirado Ezra Pound cuando sentenciaba: "El tiempo es el enemigo". Pardo no está de acuerdo y así lo escribe en Borrón y cuenta vieja. Se las ha ingeniado para estirarlo a fondo y hacerle jugar a su favor mientras relee obras maestras que para él son como la Biblia. Sabe perderse entre las 150 versiones que atesora en distintos idiomas de la Divina comedia, por ejemplo, y aprende nuevas lenguas. Las últimas, suajili y egipcio antiguo. "La vejez se defiende alargando la sensación temporal. El tiempo es relativo, subjetivo, como el calor o el frío", asegura.
Puede que sea cierto. O puede que no sea en él más que un consuelo para detener el precipicio hacia la muerte. "Siempre he pensado mucho sobre ella... En Ciriego -el cementerio de su ciudad- un primo y yo hemos renovado esa finca que tenemos con vistas al mar".
Antes, el tiempo iba más rápido. Sobre todo cuando Pardo se ganaba la vida con el periodismo. Lo hizo de corresponsal, en Londres, donde vivió 20 años. "No escribía más de dos folios al día. Así que media hora de trabajo con un sueldo estupendo era un verdadero chollo". Se adaptó corriendo y aprendió a admirar lo british. "El inglés es un tipo que tiene el sentido del humor latino y la eficiencia germánica, mientras nosotros vamos tirando con la cutrez judaica y la oratoria árabe. Ni tan mal. Al fin y al cabo, es una mezcla. Lo peor que se puede ser en este mundo es étnicamente puro, como los irlandeses. Menos mal que ahora son un poco más modernos". Como le ha pasado a él. Justamente por esa inmersión civilizadora anglosajona: "Cuando yo salí de España era un señorito fascista, luego me fui normalizando".
El periodismo le enseñó dos cosas. A escribir y a lidiar con las miserias. "El periodista es un señor que si puede decir algo en una página no lo dice en dos. Así que me he librado de esa mierda que es la retórica". Pero no de otras. "Como la Agencia Efe, que era, en mis tiempos, una covachuela galdobarojiana donde reinaba la envidia y la mediocridad. Ahora creo que ha cambiado muchísimo. A mejor".
Además, gracias a su oficio, conoció el mundo y aprendió todas esas lenguas. Recaló por Escandinavia, Centroeuropa, los países del Este en la etapa comunista dura, por Estados Unidos y Oriente Próximo. Toda esa maleta de experiencias y su obsesión por la lectura y el estudio políglota le han convertido en un sabio antaño nómada, ahora sedentario. Antes estudiaba idiomas por necesidad. Ahora por vicio. "Acabo de traducir del egipcio antiguo un texto autobiográfico que empieza así: 'Al dios Orus. Tú que me escuchas, sabes que yo, como buen rey que soy, nunca me fié de nadie. Gracias a eso, muero en la cama, espero que mi hijo me imite", recita Pardo. "Es muy actual. Hemos cambiado poco. Esto lo firma Franco y se queda tan pancho".
Ha dulcificado sus juicios. Lejos quedan los tiempos en que por obras como Ahora es preciso morir o Ramas secas del pasado, se la tenían jurada en su ciudad. "Me ofrecieron dar una conferencia y con lo que me cobraba el guardaespaldas, unas 10.000 pesetas, no me traía a cuenta el trabajo".
Su algo reciente conversión al catolicismo le ha templado el ánimo. Aunque no por ello está dispuesto a dejar santos en los altares. Ni a Menéndez Pelayo, un mito sacrosanto de su ciudad: "En las casas de putas era famoso porque no se quitaba el cuello duro para acostarse con las chicas", asegura.
La escritura precisa y descarnada de Pardo ha tenido buenos maestros. No sólo Galdós y Baroja, también los nórdicos a quienes ha leído a fondo para traducirlos y de los que elige a Strindberg. "Yo fui un niño que se crió en un ambiente de mesa camilla en la que las mujeres se pasaban la tarde hablando de apellidos, salvo que como a él se le aparecía el espectro de su madre, a mí, ahora, se me aparece el de mi tía Curra".
La fe se le manifiesta en esas cosas. También le ha servido para salir de una tremenda depresión. "No soy de esos católicos que toman el té vespertino y necesitan a los pobres para que reluzca su caridad. Me he convertido por miedo. Vivimos en un Universo vasto, donde por mucho que sepamos, nunca lo vamos a descifrar todo. Así que cada vez creo más posible lo imposible", afirma.
Su obsesión por Dante también puede haberle conducido a la creencia en lo divino. "Al llegar a describir a Dios, lo hace como una luz, una luz que implica alegría".
Por lo pronto, él esboza cierta sonrisa al entreabrir las ventanas. Junto a su butaca, al menos entra algo de luz no divina pero palpable por las rendijas que dan a la plaza de Oriente. Esa hora le gustaba a Lope, su perro. En paz descanse. Pardo le dedica pasajes memorables en su nuevo libro. "Pobre. Se murió pensando que él era el dueño de la casa y nosotros sus invitados".
Borrón y cuenta vieja. RBA. Barcelona, 2009. 320 páginas. 22 euros.
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