"El Pocero volverá"
Los vecinos de la macrourbanización de Seseña apoyan a Francisco Hernando, a pesar de que haya abandonado el proyecto sin acabarlo
Las grandes avenidas de la macrourbanización de Francisco Hernando, El Pocero, en Seseña (Toledo) son perfectas para los aluniceros, esos jóvenes que roban estampando los coches en los escaparates de las tiendas y huyen a todo gas. Pero por suerte, en el conjunto de casas levantadas en un secarral entre Toledo y Madrid hay poco que robar. Sólo viven 2.300 personas en las 5.600 viviendas terminadas, de las 13.500 previstas. Por no tener, la urbanización ya ni tiene constructor que la acabe. El Pocero anunció el miércoles que se iba y esgrimió que el Ayuntamiento, gobernado por IU, no le deja acabar. Ayer los vecinos defendían al constructor y confiaban en su retorno. "El Pocero volverá", repetían, mientras enseñaban sus casas, orgullosos.
"Hemos elegido vivir aquí", asegura uno de los habitantes del núcleo residencial
El Ayuntamiento acabará la red de agua y la conexión con la A-4
Las viviendas del Pocero que ya están acabadas y entregadas (sólo el 17%) son un chollo para muchos de sus propietarios. Por 180.000 euros, Rebeca Gutiérrez, de 39 años, tiene un piso de 120 metros cuadrados, "con una mesa en el comedor de 90 por 180 centímetros", alardea. Lo suyo es devoción. "Esto no lo cambio ni muerta", dice, mientras enseña la piscina comunitaria, con sus sombrillas de paja, su pista de baloncesto, de fútbol... Lejos quedó su piso en el barrio de San Blas, en Madrid. "El Pocero volverá a acabar la urbanización", confía. Y le echa la culpa de que se haya ido al alcalde, Manuel Fuentes. La opinión la comparten otros vecinos.
"Han recibido una información intoxicada. Nosotros no hemos puesto ninguna pega a sus casas y estamos abiertos a buscar soluciones, pero la urbanización es un desarrollo insostenible", se defiende Fuentes. Con la estampida del Pocero, el Consistorio tendrá que acabar la red de agua, el enlace con la A-4 y enterrar un cable de alta tensión. Todavía no saben cómo.
Pero a Gema Olivo, de 22 años, nadie le quita de la cabeza que la culpa es del alcalde. "Es un embustero. El Pocero se va porque no le dejan vivir", repite. Está pasando la tarde en un banco, al lado de un parque para niños, rodeado de un bar, una churrería y una heladería. Cerca tiene un par de locutorios, un centro de estética, una ferretería, una pizzería y hasta un colegio. Un amigo le discute que el constructor gallego sea tan bueno. "Tú no vives aquí", zanja ella, que paga 530 euros de alquiler "por un piso con piscina".
Lo que hay unos metros más allá, carreteras cegadas con bloques de hormigón, pisos vacíos y zanjas enormes sin visos de que nadie las llene con cemento, no parece preocupar a los vecinos. Hace tres meses que las grúas se fueron rumbo a Guinea Ecuatorial donde, según ellos, El Pocero va a hacer más urbanizaciones como la de Seseña.
"Hemos elegido vivir aquí", resume Emilio Botia. "Yo quiero ver esto por mi ventana", y señala las tierras yermas que avista desde su quinto piso. Como él, todos los vecinos (más de 15) con los que habló ayer EL PAÍS alabaron su mini ciudad. Sólo Leopoldo Marcos, de 30 años, lamentó haber abierto una tienda en el lugar: "Esto es un desierto".
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