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Columna
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Las argucias de la astucia

No parece que el socialismo de Rodríguez Zapatero, ni siquiera el de López Aguilar, se haya derrumbado en las elecciones europeas, aunque es cierto que ha retrocedido. Nadie discute que los populares se han alzado con la victoria, pero no se ve que ello obligue a las alegrías de la moción de censura ni, mucho menos, que ese resultado se traduzca en la absolución de Francisco Camps, Carlos Fabra y otros imputados populares en presuntos hechos delictivos. No es el pueblo el que ha desautorizado a los socialistas y bendecido a los populares, sino los votantes populares los que han votado a los suyos, ellos sabrán por qué, mientras que muchos votantes socialistas han preferido abstenerse, ellos sabrán. En cualquier caso, en terreno tan resbaladizo como el de la voluntad popular, conviene recordar aquella escena de la estupenda película La túnica sagrada, cuando Pilatos ofrece liberar a Jesús o a Barrabás, sólo a uno de ellos, y una multitud enfervorizada grita con júbilo: "¡A Barrabás, a Barrabás!", con el resultado de todos conocido.

No creo que los populares se hayan ganado el favor de los votantes. Han conservado a los fieles. Rodríguez Zapatero ha cosechado el desdén o la desidia de los suyos, y eso debe ser más preocupante para los socialistas que la victoria cantada de sus adversarios. Considerando todo esto y algo más en clave valenciana, inquieta el apoyo del electorado a un trío como Francisco Camps, Carlos Fabra y Rita Barberá, y a sus grises delegados. Puesto que es un misterio más o menos tenebroso qué idea se hace Camps acerca del progreso de la comunidad que todavía preside, qué entiende Fabra por cultura democrática, o qué diablos cree Rita Barberá que es la cultura ciudadana, resulta, en efecto, inquietante que más de la mitad de los ciudadanos valencianos que han votado consideren que esos son precisamente los referentes a seguir como política a continuar. El problema de los socialistas valencianos es lo bastante serio como para tomárselo con alguna seriedad, no ya por ver de tocar poder de una vez por todas después de tanto desengaño como figurantes sino para evitar en lo posible la progresiva descomposición de la sociedad valenciana en un remedo de solipsismo berlusconiano. El patio no está para muchas bromas, así que menos glamour de repostería y más imaginación y ganas de cumplir en la faena.

Claro que el intento de recuperar las ganas de esta sociedad por parecerse a algo de interés choca frontalmente con la actitud de unos dirigentes socialistas más apegados a la queja y a la denuncia minuciosa de abusos de minucia que al diseño de un proyecto susceptible de contar con el apoyo de los más desfavorecidos y con el sostén de quienes podrían financiarlo. Ninguna oposición política es alternativa si se limita a enumerar las triquiñuelas del Gobierno en lugar de ofrecer un proyecto viable de cambio en toda la complejidad de sus detalles. No es fácil cuando se está hipnotizado por la eficacia del adversario en el despliegue de sus argucias. Pero no habrá de ser imposible si se ventilan enmiendas creíbles a la totalidad. Salvo que se acepte sin más que este es un pueblo de tontainas falleriles en el que no cabe hacer oposición política más que con una burda colección de exquisitas tonterías. Porque, entre otras cosas, y ya en lo que queda de Europa, si Mayor Oreja, o alguien de su calaña, puede sugerir que el aborto reglado es más dañino que la violación, es porque cree que puede hacerlo impunemente. Y porque lo que queda de la izquierda no ha sabido asentar el colchón de racionalidad cívica suficiente para que todos perciban la amenaza de lo siniestro en la atrocidad de esa bárbara osadía.

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