Lucha sin cuartel en las urnas por el futuro de Líbano
Los sondeos dan un empate entre prosirios y prooccidentales
A cara de perro, los candidatos libaneses peleaban ayer para conseguir el apoyo de cada elector para unos comicios legislativos que mañana decidirán si el siempre convulso país se decanta por mantener un Gobierno prooccidental que disfrute del abierto respaldo de Estados Unidos o si regresan al poder los partidarios de la influencia siria en Líbano. Se augura una elevadísima participación entre los 3,2 millones de potenciales votantes, muy conscientes de que, al fin y al cabo, sea cual sea el resultado, el futuro depende en gran medida de lo que se decida en Teherán, Washington, Damasco y París.
Nada se deja al azar. Sólo en los tres últimos días más de 20.000 libaneses han regresado para ejercer su derecho al sufragio. Los partidos se acusan mutuamente de pagar los billetes de avión, hoteles y gastos a los viajeros. Los hallazgos de carnés de identidad falsos y las acusaciones de compra de votos, una tradición histórica, se multiplican. La pugna es reñida a más no poder entre el movimiento chií Hezbolá y sus aliados -el partido del ex general maronita Michel Aoun, el grupo chií Amal y otros socios prosirios- y el bloque favorable a recabar el respaldo de Occidente: una alianza entre parte de los cristianos, los drusos -Walid Yumblat- y suníes -Saad Hariri-. Es precisamente en varias circunscripciones con nutrida presencia cristiana donde se dictará el veredicto.
La participación en las legislativas de mañana se prevé muy elevada
Las encuestas auguran que el bloque vencedor sólo disfrutará de un par de diputados de ventaja. Más de un centenar de los 128 escaños -el pacto constitucional de los años cuarenta fija su distribución al 50% entre musulmanes y cristianos- están ya asignados porque el sistema electoral propicia la componenda entre los caudillos de todas las sectas, y en muchos de los 26 distritos sólo competirá una lista, sin rival alguno.
En pocos países del mundo se aprecia la injerencia de las potencias extranjeras como en Líbano, un Estado que no se halla ante una encrucijada. Vive en ella permanentemente y arrastra problemas inmensos: un Gobierno semiparalizado por el derecho de veto del que goza la actual oposición prosiria, una deuda pública descomunal, un reguero de asesinatos políticos que pocos confían en que un día se resolverán y las secuelas de la destrucción causada por Israel en la guerra de 2006.
Con todo, los analistas políticos pronostican que ningún bloque desea choques armados como los que colocaron a Líbano al borde de otra guerra civil en mayo de 2008, cuando Hezbolá tomó al asalto la mitad de Beirut sin despeinarse. La coyuntura regional e internacional -especialmente la presencia en la Casa Blanca de Barack Obama y su apertura a Damasco y Teherán- tampoco alimenta los ánimos bélicos.
Es esa permanente injerencia lo que más temen los libaneses de a pie. Maruan, un economista druso, leal al bloque prooccidental, lo expresaba con claridad meridiana: "Aunque ganen las elecciones Hezbolá y sus aliados, Estados Unidos y Francia deben seguir ayudando al país".
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