El estreno y la 'Novena'
Más allá del irresoluble perjuicio que supone para una obra de estreno compartir programa de concierto nada menos que con la Novena de Beethoven -algo así como si un cuento de Monzó prologara Bouvard y Pécuchet-, hay por lo menos un punto en común entre Danses d'Ibèria, de Jesús Rodríguez Picó, y la cumbre del maestro de Bonn. Ambas obras, interpretadas este fin de semana por la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) en su último programa de la temporada en el Auditori de Barcelona, se construyen ante el espectador, despliegan su discurso no según un plan preconcebido desde fuera, sino a partir del desarrollo de los motivos iniciales, siguiendo una lógica impecablemente musical. En el caso de Rodríguez Picó, se trata de una pieza encargada para conmemorar la primera década del Auditori, circunstancia a la que el compositor ha sumado su particular homenaje a Isaac Albéniz en el centenario de su muerte. Sin embargo, pese al título, no se pretenda descubrir en la partitura citas concretas a la suite Iberia, pues si las hay, no resultan perceptibles en una primera audición. En el programa de mano, el compositor prefiere hablar de "aire", más que de cita, y de danza como movimiento generador de la obra, más que como una referencia rítmica específica. El resultado alcanza un buen color sinfónico, gracias a una equilibrada mezcla de timbres en una página de aliento único (14 minutos), aunque con pequeñas secciones internas delimitadas por las intervenciones del metal, cuyo papel es de relevancia en la economía de la obra.
De ahí, sin solución de continuidad, se pasó a la Novena, en estos tiempos de elecciones europeas. La versión que ofreció Eiji Oue con la OBC y el Orfeó Català fue apasionada. Es frecuente esta reacción entre orquesta y director titular cuando se anuncia que éste no renovará contrato. De repente, parece como si entre uno y otros se despertaran todas las urgencias históricas y brotara imprevisto el idilio: los músicos ya han votado su disconformidad con la decisión de la gerencia, pero el viernes en el Auditori volvieron a refrendar su postura desde los atriles, secundando tersamente las indicaciones del podio. Oue tiende al gesto desmedido -¡llegó a bajarse de la tarima en busca de un pianissimo!-, pero es cierto que imprime brío al conjunto y libertad a la interpretación. No es un director conducator, de ordeno y mando, sino alguien que pretende construir el sonido con sus músicos, herencia del que fue su mentor, Leonard Bernstein. Estuvo bien el coro y algo menos los solistas (Arantxa Armentia, Anna Tobella, Jeffrey Lloyd-Roberts y Gudjon Oskarsson), sin duda por el error de colocarlos entre el coro y los instrumentistas. La densa orquesta beethoveniana se alzó como muralla infranqueable.
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