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Reportaje:

Peregrinas de hace once siglos

El CSIC descubre a las primeras mujeres que caminaron a Santiago

La primera mujer de la que se tiene constancia escrita que peregrinó a Santiago fue Jimena Garcés, que viajó, según los documentos, "per causa devotione", acompañando a su marido, un tal Alfonso III El Magno, que venía, más que nada, por intereses políticos. Jimena murió en el año 910, y estuvo en Compostela poco antes. Los libros que hablan del Camino, sin embargo, citan como primer peregrino de la historia a un cura, Godescalco, obispo de Le Puy, que recorrió la ruta jacobea en el año 951. Los historiadores están de acuerdo en que el francés fue el pionero porque fue el primero que entendió su peregrinaje como un sacrificio y también porque no es lo mismo venir desde Le Puy que hacerlo, como Jimena, desde Asturias, aunque los dos viajasen en mula.

La vieja de la palloza hacía "sopa de nabos" para los caminantes
La primera alemana se llamaba Matilde; la primera holandesa, Sofía

De todas formas, seguro que antes que la esposa del último rey asturiano hubo otras peregrinas anónimas de las que no ha quedado rastro. El tópico ese de que las mujeres del Camino eran básicamente prostitutas y posaderas se ha venido abajo. Hace poco más de un año, historiadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) empezaron a buscar referencias de peregrinos antiguos y se dieron cuenta de que cuanto más buceaban en los archivos más nombres de mujeres caminantes aparecían. Desde la Edad Media hasta el siglo XIX, que es el período que están abarcando los investigadores, "a Santiago peregrinaron mujeres de toda condición, solas o en grupo con otras señoras, o con sus maridos y sus hijos, o con su séquito completo", cuenta Carlos Andrés González Paz, miembro de este equipo del CSIC y del comité organizador del congreso Mujeres y peregrinación en la Galicia Medieval, que se celebra hasta hoy en Santiago.

La primera caminante alemana conocida, a principios del siglo XII, se llamaba Matilde; la primera flamenca, en 1125, Sofía de Holanda; la primera italiana, en 1190, Egidia. De ésta no se sabe si llegó, pero sí que salió, porque antes de partir dejó todo bien dispuesto en su testamento, por temor a no regresar. El peregrinaje, entonces, era necesariamente de ida y vuelta, los que no tenían posibles vivían de la caridad, y muchos, y muchas, acabaron en una fosa común por el Camino.

Hasta el peregrinaje más corto se hacía larguísimo. En 1801, una mujer de León caminó a Santiago pasando primero por Oviedo, porque quería visitar la Catedral de San Salvador. A la ida, sus circunstancias quedaron apuntadas en el hospital ovetense de peregrinos: "26 años, un hijo, casada con un militar". Tres meses después, al regreso, de nuevo por la misma ruta, volvieron a apuntar sus datos en el mismo registro: "26 años, un hijo, viuda".

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Y lo mismo que entre los hombres, había peregrinas profesionales, que hacían del caminar su forma de vida, y mujeres de buena voluntad que, a cambio de dinero, cumplían con la penitencia que otros habían ofrecido. También hubo falsas peregrinas, como Catherine de Firbes, una curandera francesa que a finales del siglo XIV fue detenida por convertir el Camino en su consulta particular.

Los investigadores del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento, del CSIC, se están topando con estas historias a medida que elaboran el Diccionario Histórico de los Caminos de Santiago en Galicia, un proyecto puede que interminable que seguramente se podrá consultar en internet a partir del Año Santo 2010. "El diccionario será un organismo vivo. Iremos colgando progresivamente las voces y sus fichas", adelanta González Paz. "Cuando publicas algo en papel lo estás matando, porque lo cierras. Nosotros no sabemos hasta dónde vamos a llegar... Sólo peregrinos, de momento, tenemos referenciados 28.000 hasta el siglo XIX".

Esta obra enclopédica combatirá el tópico: había muchas hembras peregrinas y todas las que tienen nombre e historia aparecerán. Pero el diccionario también dará cuenta de las meretrices y las mesoneras. En 1743, en O Cebreiro, la que daba de comer era la vieja propietaria de una inmunda palloza. En su diario, el peregrino napolitano Nicola Albani cuenta que hacía "sopa de nabos". Es uno de los primeros testimonios escritos del caldo gallego.

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