Ese puerto sí existe
Hay trozos de poemas que siempre nos acompañan. Yo sé que tengo mis fragmentos, mis compañías, una de ellas es la poesía de Blanca Varela (Lima, 1926-2009). El impacto que me produjo la primera vez que leí Canto Villano (1978) fue rotundo, la certeza de que ya no estaba sola en mi silencioso país. Ella era todo un mito cuando un día alguien me llevó a conocerla, era una tarde mundana, llena de escritores y escritoras. Descubrí a una mujer observadora, intensa, muy consciente de lo que hacía: escribir de forma directa, desencarnada, sin concesiones. El puerto de Varela ha sido siempre de una total desnudez, recorrido por un viento violento, limpio. Y no creo que hubiese podido ser de otra manera. Blanca Varela pertenecía a la generación de Sebastián Salazar Bondy, Emilio A. Westphalen y Jorge E. Eielson, todos ellos dueños de una obra importante, rica, ella, la única mujer de la tribu, muy consciente de que era respetada y leída, pero de que se lo había ganado con esfuerzos. No sólo la lucha por el poema, ese poema como una gran batalla que la arrojaba a la arena, sino el hecho de imponerse en medio de un medio muy masculino. Su astucia era ignorar y tomarse por el centro aunque, cierto, contó muy pronto con el apoyo de Octavio Paz y de los demás poetas de su generación, sin dejar de estar convencida de que la poesía, por más revolucionaria y aguerrida que fuese, no la hacía menos vulnerable. De ahí su fuerza, pero también su tortura: el lenguaje. Recuerdo una tarde paseando por el malecón de Barranco, Blanca me jalaba del brazo y me decía: yo no sé por qué siempre dicen que mi poesía es finalista, tremendista, es realista. Siempre la vi sola por lo que podía conversar con ella en medio de cierto silencio, en esa casa frente al mar que ahora ya no existe y que fue la casa que compartió con Fernando de Syszlo, el pintor.
En sus textos Blanca ha tocado temas fundamentales, sin retórica, sin velo confesional, una de las razones por las cuales marcó un paso importante en la poesía latinoamericana acercándola a Paz, que trató de marcar su propio territorio. Justamente ese puerto que conocía Blanca y que un día ella le dice como primer título a Paz. Ella: el libro se llama, Puerto Supe, que es un puerto en el norte del Perú, y él le contesta: pero, ese puerto no existe. Encontró el título de su primer libro, pero no el descanso, había que limpiar el terreno de rosas "que infestaban la poesía", minarlo un poco para caminar libremente. Por ejemplo, con Casa de cuervos, su poema más baudelaireano, o Currículum Vitae, una mirada alejada de la identidad, porque Blanca siempre se desconocía, creo que también desconocía su talento porque hablaba de sus "cositas" cuando se refería a sus poemas que me servían de compás, de canto villano y que usaba como intertexto: una jaula con barrotes de silencio. O: un magro trozo de celeste cerdo / aquí en mi plato, fragmentos que se unen a imágenes concretas de ella, como le hubiese gustado que dijeran: No hay nada más concreto que la poesía. Nombrar, dividir, viviseccionar la realidad con la vocación de una sacerdotisa, con vocación de rito, ésa era su fuerza. Estoy segura que Blanca hubiese querido que dijera que le apasionaba la vida, que sus años en París, cuando conoció a Sartre y a Simone de Beauvoir, fueron importantísimos, ricos en encuentros, en escritura y en pasiones. Si Blanca no quería extendernos una rosa es porque siempre supo que escribir no es fácil, está lleno de rosas con espinas. Pero un día hallamos un puerto y le ponemos Nombre.
Patricia de Souza (Lima, 1964) es autora, entre otros libros, de El último cuerpo de Úrsula y Elektra en la ciudad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.