Hogar
"Dígale, pues, a nuestro tío que no se preocupe / por nosotras...", le espeta una vieja chiflada al joven extranjero que ha recibido la encomienda de visitarla en su antiguo y destartalado caserón. "También nosotros, aquí en Argos, estamos bien. Sólo que más allá no hay nada, que lo sepa. Eso, que lo sepa". Con estos crípticos versos concluye el largo monólogo con el que esta anciana y extrañísima mujer ha abrumado a lo largo de toda una jornada a su desconcertado visitante, según el poema escrito por Yannis Ritsos (Monemvasia, 1909-Atenas, 1990), ahora traducido a nuestra lengua por Selma Ancira con el título La casa muerta. Historia imaginaria y real de una muy antigua familia griega (Acantilado). Ya al inicio de esta pieza dramática, hay una acotación que nos indica que las dos únicas supervivientes de esta estirpe en extinción son dos hermanas, la mayor de las cuales, que había perdido el juicio durante años, asediada por la manía de confundir la mitología, la historia y su vida privada, es la que toma en exclusiva la palabra frente a su visitante. Entremedias del principio y del final consignados, fluye el torrencial, oscuro y magnético monólogo de esta anciana oracular, entre cuyos hermosísimos destellos captamos ecos de historias legendarias de la antigua literatura griega. Muy avanzado el relato, nos percatamos, sin embargo, de que la identidad de la mujer monologante no se corresponde con los rasgos de esta o de aquella otra figura mítica, sino que sintetiza y representa todo el arcaico legado clásico y hasta, en el fondo, a la lengua griega en sí, que, después de muerta, nos sigue habitando.
En diciembre de 1938, tras visitar en Ginebra la exposición de los tesoros del Museo del Prado y quedar impactada por la contemplación de los cuadros sobre la guerra de Goya, la escritora judeo-búlgara Raquel Bespaloff (Nova Zagora, 1895-Massachusetts, 1949), que a la sazón estaba releyendo la Ilíada, se embarcó en la redacción de un ensayo sobre este poema homérico, quizá como un exorcismo frente a los terribles acontecimientos que implacablemente se avecinaban. Con traducción de Rosa Rius y un posfacio de Hermann Broch (Viena, 1886-Nueva Haven, 1951), se ha editado en nuestro país este profundo e incomparable ensayo de Bespaloff con el título De la Ilíada (Minúscula), en el que, además de interpretarse el sentido de algunos de sus principales protagonistas, como Héctor, Aquiles, Príamo o Helena, y la alargada sombra que éstos siguen proyectando sobre nosotros, se nos acosa con la indeclinable interrogación acerca de qué habría sido del ser humano sin el aliento de este primitivo canto fundador de la poesía. "¿Qué subsistiría de esa experiencia?", se pregunta literalmente Bespaloff, "¿si la poesía no diera testimonio de su realidad? ¿Dónde estaría su permanencia sin el auxilio de su imaginación creadora y del genio verbal, que llevan a cabo en el plano de la poesía el milagro de la imposible repetición?".
El visitante de la vieja dama tronada del poema dramático La casa muerta, que no es otro que el propio Ritsos, confiesa haberse sobrepuesto a su desconcertado malestar tras escuchar la perorata y afirma que "al mismo tiempo, sentía algo firme, rico, limpio, que me procuraba una euforia especial y me hacía pensar con precisión matemática con cuánta facilidad superaría las dificultades futuras de mi trabajo que hasta ahora me habían parecido insuperables"; o sea: que había descubierto en la casa muerta su cálido y vivificante hogar.
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