Rayos de esperanza
Existen indicios por los que los engranajes del motor económico están comenzando a funcionar, aunque es de prever nuevas recaídas cuyos efectos serán, como es lógico, muy dolorosos. Sin embargo, hay ciertos indicadores que atisban signos de cambio en los ritmos y tendencias. Se constatan como relevantes los siguientes: la caída de los tipos de interés reales del mercado (el Euribor, que establece el precio de las hipotecas, desciende al 1,67%); suben las bolsas internacionales; se eleva la rentabilidad de los bonos a 10 años en Estados Unidos y en Alemania; se recorta el diferencial de deuda española respecto a la alemana; y cae la prima de riesgo del dinero que se prestan entre sí los propios bancos.
Hay indicios de que el motor vuelve a fucionar, aunque se producirán recaídas dolorosas
Ante estos síntomas caben dos reflexiones. La primera hace referencia al hecho de que cuando los mercados empezaron a ir mal, se nos enseñaba que estábamos ante el inicio de la crisis; la segunda nos dice que, en el caso de que los mercados anticipen la salida del túnel, significa entonces que estamos en mejor posición de cara al futuro.
A mi juicio, existen varios indicadores que permiten admitir escenarios más optimistas. Podemos situarlos en el marco de los siguientes aspectos. En primer término, apreciamos una reacción positiva y una eliminación de los elevados niveles de incertidumbre iniciales, al poder descartarse el riesgo de la gran depresión, lo que permite generar unas nuevas oportunidades al mercado. En segundo lugar, visualizamos una mejora de la confianza, al reducirse los inventarios y los stocks; y, de esta manera, poder reanudar ciertas actividades industriales en las que se poseen ciertos márgenes de eficiencia. En tercer lugar, asistimos a una acción coordinada de los bancos centrales, tanto por parte de la Reserva Federal (FED) como del Banco Central Europeo (BCE), que fueron recortando los tipos de interés y comprando deuda; y, finalmente, se instituyen nuevas estrategias constructivas para situaciones de debilidad, estimulando el gasto público y reforzando la economía de consumo.
Este análisis optimista no es contradictorio con la constatación de que la situación no sea buena. Así, son fácilmente contrastables las elevadas tasas de paro, las caídas de las ventas, la reducción del consumo, los saldos comerciales negativos, la disminución de la inversión y la reducción del ahorro de las familias.
Es de resaltar que las medidas instrumentadas hasta el momento han querido mejorar la confianza económica. Para ello, se exigió y se exige el reconocimiento de pérdidas por parte de las cajas de ahorro y de los bancos; el reforzamiento de los indicadores de solvencia y liquidez; y la superación las pruebas del estrés (garantías de la capacidad de la banca para afrontar un empeoramiento de la economía).
Estas medidas permiten atisbar brotes verdes en la economía española o evidentes rayos de esperanza económica, tal y como argumentan desde el lado americano. Esta concepción responde a una estabilización de la caída o de la recesión; a un cambio en la tendencia seguida hasta el momento; y a una disminución de la velocidad de propagación de la crisis.
¿Cómo enfocar la actual coyuntura? De una parte, se ha intentado estabilizar a las entidades financieras y, de otra, se ha procurado capitalizarlas. ¿Por qué estas acciones en los momentos actuales? Pues para que las mencionadas entidades puedan hacer fluir el dinero y para que el crédito llegue a las empresas y a los ciudadanos. Es decir, se actúa sobre el circulante y que éste logre oxigenar a la mayor parte de los flujos económicos
Las acciones a instrumentar vendrán dadas por el hecho de evitar, en primer término, la descoordinación temporal de los frentes abiertos (sector bancario, mercado laboral, actividades industriales, y del sector del comercio) y, en segundo lugar, por la aplicación de las medidas que buscan la reducción de los marcos de incertidumbre.
Los recientes informes de los organismos internacionales van en esta dirección, constatando las orientaciones encaminadas a estimular la demanda y a modificar los antiguos (y quizás obsoletos) modelos productivos. Por eso, es fácil concluir que ningún país es inmune y, en ese sentido, será necesario redefinir y actualizar permanentemente las diferentes hojas de ruta
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