El Berlusconi gallego
No han pasado todavía cien días desde el triunfo electoral del PP en Galicia cuando empiezan a proliferar todo tipo de críticas y protestas contra la acción -o inacción- del Gobierno gallego. Nada extraño si se considera que, como reconocen en público los propios dirigentes populares, el objetivo de su victoria electoral no era tanto dotar a Galicia de un nuevo gobierno y de un nuevo programa político, sino utilizarla como plataforma de lanzamiento para conseguir el retorno del PP a la Moncloa. Del mismo modo que la campaña en curso para elegir el Parlamento Europeo es concebida por el PP exclusivamente como un paso más hacia la recuperación del poder en España. Ninguna otra cosa parece despertar el interés de los dirigentes conservadores.
Como Il Cavaliere, Rajoy subordina todo proyecto de país a una mera estrategia de ocupación del poder
Pero lo más preocupante de todo este asunto es que para lograr sus objetivos, el gallego Rajoy no ha tenido reparo alguno en asumir las concepciones y los despreciables métodos utilizados por el primer ministro italiano. Como Berlusconi, Rajoy ha subordinado todo proyecto de país o europeo a una mera estrategia de conquista, ocupación y permanencia en el poder. Como Il Cavaliere, Mariano no duda en violentar los procedimientos, instituciones y garantías contemplados en la Constitución, que son la base de la división de poderes y del Estado de Derecho. Para calibrar la gravedad de la situación a la que nos puede conducir el PP, conviene recordar que un demócrata impecable como Robin Cook, ex ministro de Exteriores británico recientemente desaparecido, afirmó con toda rotundidad que probablemente Italia sería rechazada si fuese un país candidato a ingresar en la Unión Europea, sobre la base de que no posee un sistema judicial independiente ni medios de comunicación libres.
Tampoco conviene olvidar que ya en el reciente pasado, con motivo del 11-M, Rajoy ha puesto bajo sospecha al conjunto de las instituciones democráticas de nuestro país. No sé si semejante actitud se debe a su frustración política o a su tradición histórica -o quizá a ambas cosas a la vez-, pero lo cierto es que nadie antes, ni siquiera los movimientos antisistema ni los nacionalistas, había llegado tan lejos en el intento de deslegitimar el Estado democrático en España. Y no otro objetivo parece tener su delirante campaña actual, literalmente copiada de la de Berlusconi, destinada a desprestigiar a cuantas personas o instituciones (policía, guardia civil, fiscalía, judicatura...) se niegan a mirar para otro lado ante la amplia trama de corrupción en la que están implicados altos dirigentes del Partido Popular.
Pero los actuales dirigentes conservadores no parecen conformarse con eso. Convencidos, como Berlusconi, que el poder les pertenece por derecho natural, incapaces de concebir la alternancia salvo como delito de lesa patria, destilan un rancio discurso que recuerda demasiado al de la vieja derecha patricia y a su aberrante demofobia. No pocos entre ellos deploran, como Flaubert en 1871, que el número (los votos) "domine a la instrucción, la casta y hasta al dinero. ¿Qué habría sido de Atenas si se hubiese concebido el sufragio a los doscientos mil esclavos y ahogado bajo ese número a la pequeña aristocracia de hombres libres que habían hecho de ella lo que eran?". Otros piensan, como Renan, de patria, honor y deber son cosas creadas y conservadas por unos pocos, y consideran que los sectores populares son en realidad intrusos en la casa, unos zánganos introducidos en una colmena que no han construido. Fue Álvarez Cascos el dirigente conservador quien con más precisión definió las actuales concepciones del PP, cuando afirmó que el gobierno socialista era una anomalía en la historia de España. Tal es la cultura dominante de los altos dirigentes de la derecha española.
Por eso a los demócratas de esta tierra nos produce repulsa que un gallego, Rajoy, intente utilizar a Galicia como argumento de autoridad para promover la berlusconización de la política española. Esperamos, por el bien de todos, que su aventura termine en un estrepitoso fracaso.
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