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Reportaje:

La Xunta olvida a Antonio Palacios

La Iglesia denuncia el deterioro del Templo Votivo do Mar, en Nigrán

Entre los estudiosos del arquitecto Palacios hay un buen puñado que afirman que el Templo Votivo do Mar, que domina el puerto de Panxón, en Nigrán, es la obra cumbre en Galicia de este artista. El porriñés pasó a la historia por embellecer Madrid y para su propia tierra, alentado por Castelao y Paz Andrade, quiso desarrollar un estilo nuevo: el Regionalismo. Una estética inspirada en la arquitectura popular y en el románico, que además incorporaba las últimas propuestas europeas y utilizaba tanto elementos de desecho como materiales de carácter industrial. En este estilo se construyeron el consistorio de O Porriño, la Vera Cruz de O Carballiño, algún negocio privado, alguna fuente, el convento de las Salesas Reais en Vigo y una casa en A Guarda que hoy es museo.

Al ángel que indica el Norte en lo alto de la torre se le ha caído la cara
Los hierros del hormigón armado se deshacen en escamas

De todas formas, el Val Miñor es la comarca que concentra más edificaciones regionalistas de Palacios: desde Baiona hasta Panxón, dando una vuelta por la bahía, se podría hacer un circuito cultural visitando la enorme Virxe da Roca, los chalés de Praia América, la casa rectoral y el Templo Votivo do Mar. Claro que este último, una impresionante iglesia dedicada a los marineros y a los santos patrones de la gente del mar, por el que Antonio Palacios no quiso cobrar, acusa desde hace tiempo sus 72 años y últimamente ha empezado a manifestar su deterioro de forma alarmante.

La iglesia, que en los sueños y en los bocetos de Palacios iba a ser el Carmelo de Occidente, una enorme construcción, sobre un montículo, con convento y hospedería para los peregrinos, se quedó al final sólo en templo y ni siquiera se llegó a construir el atrio que el arquitecto pretendía. Al hacerse por suscripción popular, no se pudo llegar a tanto, pero lo que se hizo sigue sorprendiendo. Los muros se levantaron sin andamios, las enormes piedras desiguales, casi todas reutilizadas (algunas son lápidas de la vieja iglesia visigótica) se izaron con poleas hasta ocupar su lugar. Los mosaicos que cubren toda la bóveda reciclaron las baldosas y azulejos que iban donando los vecinos. Aún hace poco el párroco, José Diéguez, enterró a un feligrés de 97 años que de joven había ido trayendo de su casa, en bolsas, todo el material que pillaba.

Ahora, el Templo Votivo do Mar, azotado este invierno por vientos de 150 kilómetros por hora, presenta grietas gruesas y no conserva una vidriera entera. El campanario, de 30 metros de altura, se ha transformado en un gran canalón por el que llegan a bajar riadas. El coro se inunda, y los hierros del hormigón armado se deshacen en escamas como la picadura de un cigarrillo. Las ventanas ya no encajan y han perdido las bisagras, el cemento se va soltando día a día y hay piedras que amenazan con caerse. Cuando llueve, en plena misa, el agua entra por todas partes. Por todas partes salvo por el tejado, porque el párroco consiguió cambiar entera la cubierta hace un año. Y a uno de los ángeles que coronan la torre indicando los puntos cardinales, el del Norte, se le ha caído la cara.

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El obispado de Tui-Vigo ha acometido algunas obras de urgencia, pero se declara incapaz de asumir el coste de una intervención más profunda e imprescindible. El párroco, por su parte, lleva dos años enviando mensajes de auxilio a la Xunta, ha ido a la Consellería de Cultura y a la delegación provincial en Pontevedra, pero San Caetano ha hecho oídos sordos: "Al parecer, Palacios no interesa a los políticos".

Desde la Xunta, como requisito previo, le han exigido un proyecto de restauración, y el cura se lo ha pedido de favor al arquitecto vigués Francisco Castro, que entre otras obras religiosas ha firmado la rehabilitación del monasterio de San Francisco en Santiago. Castro instaló andamios, midió la iglesia y sacó planos de todo porque los de Palacios se han perdido. Tiene una propuesta de restauración, empezando por las vidrieras rotas por los contrastes de temperatura. Se hicieron con pavés industrial de los años 30 que ya no existe, y habría que fabricarlo ex profeso. El cristal, encorsetado en hormigón, rompe porque el cemento no dilata como debiera. "Esto no se puede perder", comenta Castro preocupado.

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