Ibargüengoitia: la otra cara de Rulfo
El canon de la narrativa mexicana de la segunda mitad del siglo XX recae en una figura paradigmática: Juan Rulfo y su novela Pedro Páramo. A su lado se alinea el resto de las novelas notables de tal periodo. Bajo tal perspectiva, muy poco se ha atendido otra novela mexicana que representa el reverso imprescindible de aquel libro: Las muertas (1977), la novela de Jorge Ibargüengoitia (Ciudad de México, 1928-Mejorada del Campo, 1983) que ahora se publica en España.
Si Juan Rulfo elevó la literatura mexicana a una narrativa tan telúrica como trans-temporal, tan inserta en las fatalidades de su historia como en sus relatos de cacicazgos violentos, tan magistral en el reflejo de la pervivencia de los muertos y su nostalgia amorosa, que hablan igual que si estuvieran vivos y al hacerlo construyen un espacio extraordinario de lo que se debe aceptar y valorar como ficción moderna en un rango superior, Las muertas de Jorge Ibargüengoitia elabora una novela en la que la tierra aparece con todo su peso temporal, irónica frente a los determinismos de sus instituciones corruptas (gobierno, ley, religión, trabajo), funérea en su sarcasmo de la ignorancia y la incuria y deslumbrante en su retrato de mujeres explotadas por parte de un par de hermanas lenonas en un confín del centro de México: la degradación de vivos que hablan como si estuvieran muertos.
Y si Pedro Páramo remite al lector a la intra-historia de las haciendas coloniales y su prolongación simbólica en los privilegios posteriores a la Revolución mexicana de 1910, Las muertas implica la imposibilidad de la modernidad en mentes y comunidades lastradas por la ignorancia y la fijeza de sus usos y costumbres. Juan Rulfo unificó criterios generacionales en torno de una retórica de la ausencia, lo etéreo, lo indefinido, los ecos, la alusión, el "texto fantástico" en suma que fascinó a Jorge Luis Borges, y en el que más de uno ha querido ver la pureza y la poesía en una eclosión a la que debe aspirar cualquier literatura. Jorge Ibargüengoitia encuentra otro lenguaje: la presencia, lo corpóreo, lo material, el factor destructivo, la crudeza extrema de la lucha por la supervivencia, allí donde el polvo y las cenizas son el testimonio infinito de la vida de donde brotan los fantasmas.
La novela comienza en tono de comedia negra al reconstruir un caso real de nota roja de 1964, la historia de dos hermanas lenonas que mantuvieron a sus pupilas en un régimen de esclavitud que incluía castigos y asesinatos, y presenta los testimonios de los diversos participantes que explican, o buscan evadir explicaciones y participaciones, en múltiples abusos, faltas y delitos. Conforme avanza la novela, que se basó en los documentos policiacos y una lectura hemerográfica del caso, el aparente enfoque costumbrista de la novela descubre poco a poco la crítica profunda de una cotidianidad, un tejido dramático y pleno de contrastes que expresa el carácter claustrofóbico de una visión aldeana y atávica. Alguna vez comentaría Ibargüengoitia: "Descubrir los datos no fue cosa fácil, porque sobre las mentiras que la prensa dijo y las verdades que se olvidó decir se podría escribir otro libro más escandaloso que el que se escribió". Los hechos que parecían más inverosímiles desataron su capacidad de reinvención. Por ejemplo, el novelista consigue uno de los momentos climáticos al narrar que a una prostituta enferma de hemiplejia se la somete a un intento de "curarla" con planchas calientes. Luego de matarla, sus compañeras quieren revivirla con unos sorbos de Coca-Cola.
Con Las muertas, Jorge Ibargüengoitia escribió su mejor novela, junto con Estas ruinas que ves y Los relámpagos de agosto, y declaraba su deslinde de una provincia que diseccionó a lo largo de sus artículos, obras de teatro y narrativa: el Estado de Guanajuato, "Plan de Abajo" en su imaginación, cuna de la Independencia mexicana, a la vez que de las posturas más retardatarias. Resulta preciso señalar que el escritor guanajuatense enjuiciaba con tal giro a todo el país. En muchas de sus obras el acercamiento a la realidad se comprometía en abordar la parte por el todo, de allí su procedimiento de crear espacios de escena o texto que fueran visibles como microcosmos literarios.
Desde su infancia, Jorge Ibargüengoitia vivió en la Ciudad de México, aunque por razones familiares volvía a Guanajuato de cuando en cuando. Estudió ingeniería y dramaturgia, ejerció el periodismo, fue traductor del inglés y profesor universitario, y entre sus autores favoritos, que influyeron en su formación intelectual y en su estilo literario, se cuentan William Faulkner, James Thurber, Evelyn Waugh, Graham Greene, Raymond Chandler, Malcolm Lowry y Joseph Conrad. Disfrutaba también de la visión mordaz de Groucho Marx.
Cuando Ibargüengoitia emprende la escritura de Las muertas su experiencia como escritor de obras teatrales, de las que hizo una docena -además de numerosos artículos, ensayos y crónicas de gran calidad y potencia crítica también-, es tal que puede aprovecharla para su narrativa y propulsar el relato en beneficio del lector, al que se invita a unirse al proceso creativo en partes estratégicas mientras el escritor las concibe y consigna: "Es posible imaginar...", o bien: "Podemos imaginar la emboscada...". Esta fórmula no sólo establece vínculos entre el lector y la narrativa, sino que auxilia a encarnar las situaciones y los personajes. La puesta en escena de la novela, que incluye por momentos también la táctica de ruptura del movimiento, el acto verbal en presente perfecto, el montaje alterno de los episodios en tanto cuadros plásticos, el lenocinio como escenario, etcétera, permite crear un tejido complejo bajo la sencillez del relato. Así, las vicisitudes de una cotidianidad prostibularia son trascendidas por el registro de lo abyecto y el mal en lo trivial: el dominio, la estupidez, la codicia, el rencor, entrelazados con el afecto y la convivencia en cautiverio. Jorge Ibargüengoitia se disgustaba al oír que alguien le etiquetaba como escritor "humorístico", y también cuando alguien que deseaba elogiarle decía que se había "reído mucho" al leer su obra. Aclaró más de una vez que su tarea era "presentar la realidad como la veo". Una realidad que, en el fondo, como dijo también de la materia de Las muertas, le repugnaba. Al morir en un accidente de aviación cerca del Aeropuerto de Barajas/Madrid a los cincuenta y cinco años de edad, residía en París.
Exorcizados ya desde tiempo atrás los fantasmas de San Juan Rulfo, la postura literaria y la narrativa de Jorge Ibargüengoitia merecen una extensa revaloración.
Las muertas. Jorge Ibargüengoitia. RBA. Barcelona, 2009. 176 páginas. 16 euros. Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) ha publicado recientemente El hombre sin cabeza (Anagrama. 2009. 192 páginas. 14,50 euros), y es autor, entre otros libros, de Huesos en el desierto, en la misma editorial.
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