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LLAMADA EN ESPERA | ARTE
Columna
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De viaje

No sé si les pasa a ustedes también, pero yo cada vez que llego a una ciudad empiezo a mirar los carteles de "se alquila" y a imaginar una vida diferente. No tiene por qué ser un sitio bonito, ni tiene que gustarme siquiera. Es algo más próximo a un destino, irremediable. Al principio me inquietaba pero ya no me causa desasosiego: es un modo barato y seguro de vivir vidas diferentes, como quien se dedica a escribir historias. Además un día, al comentarlo con un colega, descubrí que él tenía síntomas semejantes y no parecía preocuparle. Supongo que la costumbre debe implicar cierta patología, incluso modesta, pero es agradable: tiene algo de evocación de lo que aún no ha sido y quizás nunca será en nuestras existencias.

Lo curioso es que cuando las exposiciones son especiales también me ocurre -lo sentí por primera vez en una muestra del British sobre Hamilton, el coleccionista de volcanes y vasijas-. Me pasa sobre todo en las exposiciones de viajes y viajeros, mis favoritas quizás porque me gustan los mapas, los relatos y las travesías por los continentes.

Por eso, para este fin de semana propongo a los que anden por Madrid un plan que incluye experiencia de naturalista: paseo por el Jardín Botánico -precioso en esta época- con visita a una muestra del pabellón que reproduce el mundo del científico y médico del XVIII José Celestino Mutis, quien de su Cádiz natal pasa a América, donde "inventa" una tradición de la ciencia en el Nuevo Reino de Granada. Cartas, cuadros venidos de Colombia, objetos curiosos, hojas secas de esas que atesorábamos en la infancia y, sobre todo, una deliciosa colección de témperas de especímenes de plantas -además de una fascinante Panorámica de la cordillera de los Andes en el Ecuador de Francisco José de Caldas- aseguran al visitante un rato encantador en medio de la inesperada variedad de naturalia y artificilia, que termina por transportar la imaginación hasta una suerte de itinerario por mundos imprevistos.

Parece mentira que suelan pasársenos exposiciones tan delicadas como ésta y hablemos siempre, todos, de las mismas cosas. Y veamos las mismas cosas, como si tuviéramos miedo a dejarnos soñar. Puede ser nuestra apuesta del fin de semana -corran, que el domingo se clausura-.

Si llueve y da pereza ir al Botánico -y eso que con lluvia está más bonito- siempre hay un libro de evocaciones que llevarse a los ojos: las cartas de un hombre que imaginó cómo sería su vida en aquella ciudad parece una opción atractiva. El autor es Rodchenko, desplazado a París con motivo de la exposición de 1925 para mostrar el arte útil que estaban haciendo los rusos entonces, y sus Cartas de París hablan de todo lo que va viendo, de esa nueva vida para la cual cambia incluso el atuendo: en París hay que vestirse de burgués. Acaba de salir en La Fábrica y publica, junto a las cartas y las instantáneas del fotógrafo ruso, algunas respuestas de su mujer, la también fotógrafa Varvara Stepanova.

Una fórmula, pues, para viajar durante algunas horas por las ciudades en la cuales soñamos con vivir un día, las que se presentaron como un sino. Me pasó en Buenos Aires. Al llegar supe que algún día viviría allá y no porque me gustara -es preciosa-. Iba a ser así y ya está. Pienso ahora que han pasado muchos años desde aquella primera visita y aquí sigo. Bueno, no tengo prisa. Me paro cerca de un arbusto con flores diminutas y un señor igual que el Mutis del cuadro pronuncia el nombre de la planta en latín. Debo tratar de dormir más...

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