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Columna
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El topo

Los demócratas americanos eran especialistas en dispararse en el pie. Eso se decía, al menos, en la era antes de Obama. Algo así les ocurre a los políticos del Partido Popular. La cosa, vista desde fuera, no deja de tener su punto cómico. Desde que la crisis enseñó los colmillos y ya no hubo manera de obviarla, los populares (y sus correspondientes contertulios) han convertido la idea de que los socialistas se sirven de debates socialmente innecesarios para desviar la atención en un lugar común.

Es un lugar común que podría tener su lógica y que hasta en ocasiones ha sido defendido (por lo bajini) por algunos militantes socialistas. Lo incongruente es que los primeros que muerden el anzuelo ante esas polémicas que carecen (supuestamente) de demanda social son ellos. No sólo lo muerden sino que se dejan la boca en el mordisco.

Lejos de mí el creer que un conservador deba estar de acuerdo con el matrimonio gay, pero de ahí a salir a la calle con la Iglesia para defender la familia de toda la vida hay un abismo. Igual sucede con el aborto; en realidad, estoy segura de que muchos populares saben que la nueva ley regulará con más eficacia lo que ellos mismos llamaban "un coladero". Y para qué hablar de su actitud ante los posibles casos de corrupción en su partido. La renuencia empecinada a no admitir un problema convierte en cómplices de malas prácticas a aquellos que seguramente no lo son.

El resultado de tanto enconamiento es que son los primeros que, atareados en convertirse en aquello de lo que el adversario les acusa (reaccionarios y encubridores), se olvidan ellos también de hacer los deberes para ofrecer una alternativa constructiva y creíble, como le ocurrió a Rajoy en el último debate del estado de la nación. Llega una a pensar si no será que entre sus asesores no se les ha colado un topo de las filas socialistas.

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