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Columna
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Brotes en el jardín de al lado

José María Ridao

La metáfora de los brotes verdes ha hecho fortuna. Tanta que, desde que fue pronunciada en rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, gran parte del debate público se ha limitado a tratar de identificarlos y a calibrar su valor como indicio de la evolución de la economía en los próximos meses.

En eso consiste, ni más ni menos, el principal efecto de las metáforas cuando abandonan el ámbito estético de la poesía e ingresan en el terreno práctico de la política: estimulan debates más próximos al arrebato emocional, cuando no a la abierta superstición, que a la reflexión rigurosa sobre los problemas y los medios para abordarlos. La metáfora de la invertebración de España, por ejemplo, dio lugar a largas décadas de lirismo antropomórfico e historicista que, sin embargo, hubo que abandonar, recurriendo a otros saberes más prosaicos, tan pronto se hizo necesario resolver con cierta urgencia asuntos como la estructura política y administrativa del Estado. Y la metáfora de las dos Españas, por su parte, inyectó tal fatalismo en la labor política e intelectual de los españoles que, durante mucho tiempo, se buscó el mal genético que hacía de la historia algo inevitable en lugar de reflexionar sobre la mejor forma de Gobierno.

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Quien habla de brotes verdes provoca en el oyente el mismo efecto que el visionario que señala un punto de luz en el horizonte: hace que todos los ojos se vuelvan en la misma dirección y, acto seguido, desencadena una ruidosa disputa entre crédulos e incrédulos, entre quienes no sólo ven la luz, sino que la ven con creciente nitidez, y quienes no distinguen ningún signo anunciador de nuevas claridades. Las diferencias entre unos y otros no tienen solución, puesto que, en rigor, lo que les separa no es sólo ver o no ver la luz, sino la creencia de si existe o no existe en realidad. Es decir, la creencia en algo que no pueden ni confirmar ni desmentir desde el momento en que hay quienes aseguran que la luz está ahí porque la ven y también quienes, puesto que no la ven, niegan que exista. La disputa, entonces, cambia de plano, y los que ven la luz suelen entonces entonar las alabanzas del optimismo y del poder transformador de la esperanza, y quienes no la ven alertar sobre los peligros de dejar el futuro en manos del sentimiento y la quimera.

Brotes verdes, muy bien. Como toda metáfora, es relativamente sencillo interpretar el sentido general de lo que pretende decir. Pero lo que importa, no en el ámbito estético de la poesía, sino en el terreno práctico de la política, no es el sentido general de una afirmación, sino los datos fehacientes en los que se apoya. ¿La recuperación de los mercados de valores es un brote verde? ¿Lo es el tímido repunte de la compraventa de viviendas? ¿Y la menor destrucción de empleo? Si se responde afirmativamente, lo que se pretende decir es, obviamente, que hay que considerarlos como indicios de que la economía está empezando a recuperarse. Pero en este salto desde los indicios a la conclusión faltarían uno o varios pasos en el razonamiento político que, de algún modo, el recurso a la metáfora de los brotes verdes permite escamotear. Porque la recuperación de los mercados de valores podría ser también interpretado, no como la prueba de una inminente primavera, sino como evidencia de que la crisis sigue ofreciendo oportunidades para la especulación, lo mismo que el tímido repunte en la compraventa de viviendas. Y en cuanto a la menor destrucción de empleo, convendría recordar que el núcleo fundamental de esta crisis no se sitúa tanto en el desorbitado número de personas en paro como en la imposibilidad de asegurar que podrán recuperar pronto un puesto de trabajo.

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Y luego falta por resolver alguna contradicción que, una vez más, el recurso a la metáfora y el derrotero de los debates a los que conduce el recurso a la metáfora en política están haciendo pasar desapercibida. Si las incontables y deslavazadas medidas que ha adoptado el Gobierno se dirigen a cambiar el modelo productivo, no es congruente considerar algunos datos positivos en el contexto del antiguo modelo, como el retorno de las ganancias en Bolsa o del pulso del negocio inmobiliario, como prueba de que esas medidas son correctas. Sería tanto como aceptar, siguiendo el hilo inacabable de las metáforas, que lo hace bien un jardinero que, aplicado en cuerpo y alma a recuperar un jardín, obtiene brotes verdes en el de al lado.

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