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Una estela de arquitectos para el gran eje

La Gran Vía cumplirá un siglo el 4 de abril de 2010. Madrid se apresta a celebrarlo. Cien años atrás, el rey Alfonso XIII iniciaba simbólicamente las obras de construcción de una de las principales arterias madrileñas, que uniría la calle de Alcalá con la plaza de España. Provisto de una piqueta de plata, como ha narrado el escritor José Montero Alonso, el monarca golpeó la jamba de la puerta de la casa que habitaba el párroco de la iglesia de San José situada en el arranque de la futura vía. La banda municipal interpretó el Dos de Mayo. Finalizaba así la controversia vecinal iniciada en 1862 al conocerse los primeros proyectos, de Carlos Velasco, para trazar el nuevo eje urbano. De ello surgiría la zarzuela célebre homónima de Federico Chueca y Joaquín Valverde.

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Con la demolición de aquella casa parroquial comenzaba una serie de derribos que despejaría el despliegue de la futura arteria. Anteriormente entre las calles de Hortaleza y la del Caballero de Gracia, en paralelo a ésta, discurría su predecesora, la calle de San Miguel entre un dédalo de callejuelas y algunos conventos como el de la Presentación, con los que arramblarían las obras, adjudicadas a un banquero francés Martín Albert Silver. Éste, trece años después, traspasaría sus derechos al prócer republicano vasco Horacio Echevarrieta. Los arquitectos José López Sallaberry y Francisco Octavio Palacios acometieron las primeras construcciones hasta la red de San Luis; luego seguirían hasta Callao y, por último, hasta la plaza de España. Dejaron su huella en la Gran Vía arquitectos como Ignacio de Cárdenas, en el edificio de Telefónica; Pedro Muguruza, en el Palacio de la Prensa o Casto Fernández Shaw, que ideó el cine Coliseum. En la Guerra Civil, sus rascacielos fueron referencia para la artillería de Franco. En la posguerra, acogió los principales cines. Antonio Palacios colocaría su rúbrica en el templete de la Red de San Luis, trasladado años después vidrio a vidrio hasta Porriño. Joaquín Otamendi, hermano del arquitecto que colaboró con Palacios en la construcción de Correos, remataría en el edificio España, con 103 metros, la estela arquitectónica de la principal senda pública que, en su seno, mantuvo intacto el oratorio de Caballero de Gracia, obra de Juan de Villanueva del siglo XVIII.

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