Instrucciones de uso para la vida
Verán, tengo cierta tendencia a encontrar metáforas existenciales en los lugares más insospechados. No es que yo las busque, es que están allí, se me revelan de pronto, jugosas y juguetonas. Por ejemplo, hace unos meses me regalaron unos zapatos de cuero preciosos. Debían de ser bastante buenos (o sea, caros), porque venían acompañados de un pequeño folleto de instrucciones para su conservación, que decía así: "A fin de proteger y de prolongar la vida de este producto le recomendamos que siga estos sencillos consejos. No exponga los zapatos a la lluvia o a la excesiva humedad. Evite el contacto con fuentes directas de calor, así como una exposición prolongada al sol. Evite también el contacto prolongado con otras pieles o materiales". Ciertamente, le faltaba rematar: "No los use y estos zapatos durarán cien años". Pero, vamos, que se sobreentendía.
No me digan que no ven ahí una caricatura de nuestra obsesión por la vida sana, sanísima. No fume, no beba, no arriesgue, no sea imprudente, no se moje. Nada de aventuras veleidosas, nada de vicios, nada de excesos. Así es como se llega a los cien (con un poco de suerte). Si ya lo decía Pascal: todas las desgracias le ocurren al hombre por no quedarse quietecito en su habitación (el bueno de Pascal no pudo prever, evidentemente, las tentaciones de Internet). Lo hemos visto estos días por el revuelo de la gripe porcina. En principio no es más grave que una gripe común, se puede resistir sin problemas al menos en los países con un sistema sanitario eficiente, pero cualquiera diría que es una de las siete plagas de Egipto. Ya podrían causarnos una décima parte de alarma o angustia las enfermedades y carencias que asolan y matan a millones de personas en las regiones más invisibles del planeta...
En nuestras afortunadas existencias, en cambio, a menudo nos encontramos con otras instrucciones para la vida que nos sirven de contrapeso para aquellas de los zapatos. Sin ir más lejos, en las etiquetas de los vinos. Estoy segura de que, en muchos casos, es el único texto poético que lee la gente a lo largo de su vida. Por ejemplo: "presenta un color rojo cereza bien cubierto con reflejos granates. Es complejo en nariz con aromas de fruta roja bien madura, ligero toque de roble bien ensamblado con la fruta inicial. En boca es suave, elegante, bien conjuntado y con un largo y apreciado postgusto". De todos los tipos de bebida (y de comida) que consumimos, el vino es el único que lleva incorporado esa pequeña literatura (no siempre; cuando la etiqueta es muda, no puedo evitar echar de menos esa descripción, propia de un amante).
¿Cómo no ver, en esas breves líneas sensoriales y voluptuosas, una invitación a gozar de la vida en todo su color, tacto y sabor? Una invitación a gastar el cuero de nuestros zapatos; a producir en nuestra propia piel, en definitiva, unas cuantas arrugas felices.
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