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Columna
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¿Qué hace esta gente aquí?

¿Qué hace toda esa gente conduciendo o cruzando un paso de cebra un miércoles a mediodía en Serrano? ¿No deberían estar trabajando? ¿Por qué hay atasco en José Abascal un lunes a las doce y media de la noche? Esas personas ¿no deberían estar durmiendo?

Parece claro que esta ciudad está dislocando sus horarios tradicionales. Cada vez menos ciudadanos se someten a un empleo de lunes a viernes o se ven forzados a irse de vacaciones en agosto. Crece el número de autónomos cuyas libranzas no coinciden con los fines de semana ni sus horas de trabajo con los relojes de las oficinas. Pero, sobre todo, aumentan los desempleados que han abandonado la rutina del calendario, para quienes el martes no se diferencia del jueves, para los que el domingo es simplemente un viernes con caravana desde Villalba.

La globalización y el consumismo han obligado a que los negocios operen las 24 horas

Madrid primero perdió sus clásicas coordenadas espaciales. La superpoblación de la ciudad y la desaforada expansión inmobiliaria ampliaron los márgenes hasta las sierras y los pantanos. Se volatilizaron los límites territoriales, la capital se expandió indecorosamente como una obesa soltándose el corsé. Algunos jóvenes, incapaces de pagarse un piso, se instalaron en las segundas residencias de sus padres en Navacerrada o Manzanares el Real. Incluso la casa deshabitada de los abuelos en algún pueblecito de Toledo o Guadalajara (o los chalets adosados de nueva construcción) parecían una opción factible de vivienda. Hasta una hora y media de ida y otra de vuelta al trabajo en Madrid resultaba tolerable dado el precio intolerable de los pisos. Vivir dentro del anillo de la M-30 era como hacerlo dentro de un selecto club privado.

Pero mientras que el periodo de bonanza trastocó las fronteras espaciales, la crisis ha roto las temporales. Hoy los horarios de los madrileños son variados e impredecibles. Las empresas cada vez son más sensibles a la conciliación del trabajo y la vida social de sus empleados y procuran atender a sus necesidades particulares. Fichar al entrar o al salir del curro comienza a ser una práctica casi carcelaria propia de un tiempo en el que la empresa era un tirano y no un cómplice, un aliado como pretende mostrarse hoy en esta nueva era del laborismo laxo, tolerante y feminizado. Trabajar para lograr objetivos, no para cumplir horarios; hacerlo desde casa (o desde un Starbucks con wifi) y autogestionarse el tiempo en la oficina son iniciativas en boga.

Pero resulta desconcertante vivir fuera de la rutina general. Trabajando en horarios inusuales o estando parado es fácil concebirse un outsider, un exiliado social, un marginado, algo friki, mitad condenado mitad liberto, una persona con un perpetuo jetlag vital, uno de esos viajeros en el tiempo que deambulan por las calles del futuro o del pasado ajenos al ritmo que les rodea. Es duro no sentir la euforia del viernes por la tarde proclamada por los locutores de radio y los oficinistas en la barra del Delina's; aunque también es gozoso conducir en el sentido contrario al de los atascos, utilizar el 2x1 en las cenas de entre diario del Vips, encontrar aparcamiento en Ikea un miércoles por la mañana.

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El parado, el freelance, el autónomo, el periodista deportivo, el bombero, el futbolista, la puta o el barman... todas esas personas que ya no siguen la antigua organización semanal, que llevan el reloj sin sincronizar con el del resto de la ciudad, están a nuestro alrededor y crecen en número. Como zombis, como rockeros al límite, duermen por el día, trasnochan los martes y rechazan los planes de fin de semana en casas rurales. En muchos edificios madrileños los despertadores suenan desacompasados como una mala orquesta. La potencia del agua de la ducha no se resiente simultáneamente a las ocho de la mañana y no hay que esperar cinco minutos al ascensor. Turnos noctámbulos, suplencias, guardias... la globalización y el desaforado consumismo han obligado a que los negocios, desde las pizzerías a los medios de comunicación, operen las 24 horas. Ya nada se detiene, ni los Work Centers ni las gasolineras. En Madrid siempre hay alguien tomando el sol de la una en plaza de España o trabajando de madrugada en una oficina de AZCA. Cada vez son más los independientes, los que deambulan a contracorriente, los que se cruzan contigo en un paso de cebra de Serrano un miércoles a mediodía sin preguntarse qué haces allí.

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