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Columna
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Costumbres mauritanas

A una niña mauritana se le impuso una boda en contra de su voluntad con un hombre de 40 años con el que fue obligada a tener relaciones sexuales en su país natal y en España. Los padres y el marido han sido condenados por la justicia española. Hasta aquí un terrible suceso, uno más, de agresión contra menores y contra las mujeres. Es decir, un caso de violación a una menor, algo castigado en todas las leyes conocidas. Lo normal es que los que han perpetrado el crimen estuvieran en la cárcel tras la condena pero no es así quizás por la misma causa, no reconocida, por la que se manifestaban algunos mauritanos en la puerta de la Audiencia Provincial de Cádiz. Allí pedían respeto a la cultura y a las costumbres mauritanas: "Nosotros os respetamos, respetadnos a nosotros". Afortunadamente no encontró apoyo entre los gaditanos pero este mensaje buenista se ha introducido en el corazón de Europa. Las importantes oleadas de inmigrantes llegadas al Viejo Continente en los últimos 50 años han creado importantes comunidades de otros países: musulmanes, hindúes, subsaharianos o asiáticos. Cada grupo con sus costumbres y sus tradiciones, algunas de las cuales forman parte de la legislación de sus países de origen. El miedo al conflicto ha llevado a muchos gobernantes a tratar con benevolencia esta diferencia. Es importante la tolerancia, el respeto a la diferencia, la asunción de que culturas minoritarias pueden convivir en nuestras sociedades. Pero el miedo al terrorismo no puede llevarnos a abjurar de la tradición europea. Todo el mundo parece de acuerdo en que España no puede tolerar que se abuse de una niña, por mucho que sea costumbre en Mauritania o que el embajador de este país llegase a Cádiz a pedir un tratamiento diferenciado a sus paisanos. Las leyes no entienden del origen étnico o nacional y deben tratar a todos por igual. Por eso es difícil entender que la madre, condenada a 17 años, pueda estar en la calle y continuar con su acoso a la niña. Tiene toda la pinta de que si hubiera ocurrido en una familia española los padres estarían en prisión.

Este ejemplo nos lleva a la actitud timorata para con determinadas costumbres que se puede apreciar en Europa. Si todos aceptamos que se puede satirizar cualquier idea, incluida la religiosa, no deberíamos consentir que el sarcasmo hacia el islam sea diferente que el realizado sobre el cristianismo. Si se puede hacer una caricatura de Jesucristo igual se puede hacer una de Mahoma. La indolencia con la que los gobiernos europeos trataron el caso del periódico danés es fruto del temor al enfrentamiento. Desde la Ilustración la sociedad europea lleva un proceso paulatino hacia la laicidad del espacio público. La práctica de la religión es asunto privado de los ciudadanos o debería serlo. De cualquier religión. Si no aceptamos el abuso sobre una menor por mucha tradición mauritana que lo ampare, tampoco podemos permitir la ablación del clítoris, tan común en muchos países, ni la lapidación de adúlteras, o que se corte una mano al ladrón, aunque la ya famosa sharía lo pueda decir. Es cierto que Mahoma desposó a Aicha con nueve años, aunque hay controversias sobre la interpretación de la ley islámica. Sin embargo, un teólogo marroquí emitió una fetua en septiembre en la que decía que estaba permitida la unión con niñas: "Nos han dicho que las niñas de nueve años dan mejores prestaciones que las mujeres adultas...".

Algo parecido podemos decir del velo en las mujeres. El uso del velo es una imposición familiar y social que se hace sobre las mujeres en las sociedades islámicas. No es mayor el burka que la jiyad. Todo es una imposición, por mucho que la mayoría de las mujeres que lo llevan digan que lo hacen de manera voluntaria. Ninguna lo hace cuando viven solas, sin familia o clan que las amenace. Si no debe haber crucifijos en colegios, en tomas de posesión de cargos políticos y en el espacio público, tampoco deberían ir las niñas musulmanas con velo a los colegios.

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