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El PP vuelve a la Xunta
Columna
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Media Galicia

Nunca se vuelve al pasado, eso es un ensueño literario. Galicia entra en una etapa nueva que ya no va a ser el fraguismo. Núñez Feijóo no es Fraga, no puede ni quiere serlo. Tiene su propio perfil, es hábil y sabe que consiguió la Xunta por un pelo, es probable que esté atento a gobernar con moderación y, como es realista, será prágmático.

Llegó como llegó, con la ayuda inestimable de una campaña sucia, pero derrotó a un rival que casi no se sostenía sobre sus piernas. La robustez, la penetración social del PP en Galicia era y es evidente, y eso les da una confianza que quedó reflejado en el debate de estos días: explica cómo se desenvolvió el portavoz popular en la sesión de investidura, con gran vigor, chulería y dureza, con demagogia pero con convicción. Sin duda sentía que tenía razón, la razón de representar el sentir profundo de la sociedad, de que gobernar su partido era lo natural, pues expresa a nuestro país. Frente a esa posición con fuerza moral tan asentada, la de los otros portavoces parlamentarios inevitablemente se muestra débil e insegura. Eran portavoces de dos organizaciones que han aprendido cosas durante estos años, pero que se encuentran sin liderazgo y, sobre todo, dos entes políticos separados de la sociedad. No es lo mismo tener cierto respaldo electoral que tener contigo moralmente a buena parte de la sociedad.

No es imposible que los nuevos gobernantes sean más modernos que los anteriores

El PP es mucho PP en Galicia. En tantos años han consolidado unas redes sociales enormes, pero además han modelado la imaginación de todos, nos parece que Galicia es así. Y no. No es cierto.

No tiene sentido revolver de forma interesada una vez y otra en el Prestige y Nunca Máis, no más de lo necesario. Pero tampoco debemos olvidar lo que entonces se manifestó, la capacidad creadora de sectores sociales que habían estado ahogados y que aprovecharon la hendidura en el muro fraguiano para emerger y hacerse visibles. Hay otra imagen posible de Galicia, un país de gente libre y moderna. No estamos condenados al dominio perpetuo de los conservadores, hay más votos para fuerzas progresistas que para la derecha.

Lo que es triste, verdaderamente triste, es que aquella Galicia, más real que la sostuvo a Fraga o ahora a Feijóo, no tuvo aún la oportunidad de ser conocida por el conjunto de la sociedad. Pues una de las críticas más serias que se le deben hacer a los que gobernaron la Xunta es que le siguieron ocultando a la sociedad gallega que además de las pulpadas, del presidente de la Confederación de Empresarios, de la feira do cocido, del botafumeiro, de los bailes con pensionistas, de las concesiones de medallas, había un país nuevo y creativo. Pasó el bipartito y mantuvo, adoptó, el imaginario y las referencias sociales que nos había dejado el fraguismo. Incluso subvencionó a la prensa que había practicado la censura durante el fraguismo para que la siguiese practicando. Realmente apoyaron la censura. Si no fuese por medios de comunicación de capital no gallego, como éste, ¿a qué paisaje social nos habríamos visto reducidos? ¿dónde habría podido manifestarse la Galicia prohibida?

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Su preocupación fue que el espacio que ocupaba antes Fraga y sus conselleiros en el televisor se lo repartiesen Touriño, Quintana y sus conselleiros. Los medios de comunicación públicos, y naturalmente los privados, ofrecieron año tras año la misma Galicia con otras caras en los cargos. Ese pasado inmediato nos muestra una película grotesca y alucinante. La vergüenza que nos hicieron pasar y lo que se debe de haber reído Fraga viéndolos imitarlo. Para explicarlo no basta el vértigo, la borrachera del coche oficial. Lo explica la distancia, incluso el desdén que sienten en la práctica por la sociedad. Creyeron que eran ellos quienes habían conquistado el Gobierno, no comprendieron que los habían puesto ahí y que estaban en las manos de la ciudadanía. Tampoco lo habrán aprendido ahora en sus escaños: "La culpa es de los otros".

No esperamos que la época de Núñez Feijóo vaya a permitir que nuestra sociedad conozca otras figuras, otras ideas, otra cultura. No es lógico esperarlo, quizá estemos destinados a verlo entre dos humoristas de Luar, gran programa, un clásico, pero que no puede ser el resumen de ningún país. No es imposible que los nuevos gobernantes sean más modernos que los anteriores y que comprendan que en un país de hoy tiene que haber de todo.

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