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Reportaje:EL AMOR SÓLO EN LOS LIBROS

Corín jamás dijo "te amo"

Corín Tellado, la maestra del género rosa en castellano y autora de una gigantesca obra literaria de temática sentimental que sedujo a varias generaciones de mujeres durante más de medio siglo, no logró en sus casi 83 años de vida la dicha amorosa que transmitió en las más de 4.000 novelas que, con una disciplina de trabajo indesmayable y una fantástica capacidad de fabulación, publicó semanalmente durante 53 años hasta su fallecimiento en su domicilio de Gijón (Asturias) el pasado día 11.

Su vida amorosa, truncada a los tres años de matrimonio por una separación que ella impuso, fue la única trama argumental a la que nunca quiso ponerle un final feliz. Ni hubo reconciliación conyugal ni volvió a rehacer su vida sentimental con otro hombre. Las cartas que le escribiera su marido durante años tras la separación quedaron sin abrir y la escritora las quemó, el mismo día que enviudó, sin haberlas leído. Ya octogenaria, confesó: "Me olvidé de vivir".

Corín jamás cayó rendida a las pasiones que promovió. "Nunca estuve locamente enamorada. Quise apaciblemente". Y también: "No he sufrido nunca ese amor ardiente y arrebatado". La autora de la más extensa obra literaria amorosa en castellano, con más de cuatro millones de ejemplares vendidos, no fue el prototipo de mujer sentimental y romántica al uso, sino una persona de carácter recio, muy aguerrida y pragmática, por más que, bajo su apariencia de dureza, latiera la nobleza de un ser sensible: "Soy realista", le confesó a este periodista en julio de 1987. "Me emocionan las cosas reales, las que palpo, las que tienen vida. No me seducen las puestas de sol, ni las estrellas, ni la luna llena. Yo nunca he dicho 'te amo', 'te quiero', 'vida mía'. Sólo lo sugiero en las novelas para que se emocionen otros. A mí me conmueven los animales, los prados, las personas, la roca viva, los acantilados".

María del Socorro Tellado López (Viavélez, Asturias, 1926) ya era Corín Tellado cuando conoció a su futuro marido y padre de sus dos hijos. La afamada escritora descubrió a quien creyó que iba a ser el hombre de su vida en el verano de 1958 en Gijón. Domingo Egusquizaga, delegado comercial de una compañía vasca, había acudido a la Feria Internacional de Muestras de Asturias. La escritora tenía ya 32 años y llevaba 12 publicando una producción novelística de entrega semanal en la que sublimaba (aun con sufrimientos, avatares y desamores) las relaciones de pareja. Domingo era, según Corín, "guapo, bien plantado, limpio, dicharachero... Era el hombre perfecto".

Aunque nacida a orillas del Cantábrico, en una casa blanca que se levanta junto a una palmera de ensoñaciones ultramarinas, la escritora quiso que su boda se celebrara en las montañas de Covadonga. En la gruta, sobre una cascada de agua y al pie de la Santina, Corín y Domingo se dijeron "sí, quiero" en plenos Picos de Europa, en 1959, un año después de su primer encuentro. Pero la relación se demostró fallida de inmediato. Ya durante el viaje de novios intuyó que su matrimonio había sido una equivocación. "Qué gran error. No pegábamos ni con cola. Él hubiera sido feliz con otra mujer, y yo lo hubiera sido con otro hombre, pero juntos éramos un fracaso como pareja. No teníamos nada en común". El matrimonio siguió resquebrajándose con la convivencia diaria. Un año después de la boda nació la hija mayor, Begoña, y un año más tarde, el varón, Chomín. Pero Tellado toma en 1962 una decisión radical para la época: impone la separación y se queda con los niños. A Tellado, que ya publicaba en la revista Vanidades, de Miami, le propusieron mudarse a Florida para que pudiera rehacer su vida, pero la escritora optó por quedarse en Gijón.

Las causas de su fracaso matrimonial fueron varias. "Yo era mucha mujer", comentó en julio de 1987. Años después fue más explícita: "Yo quise mucho a mi marido. Era guapo y buena persona, pero era un fastidio. No era un hombre malo, pero su carácter era fastidioso, reñía, era un cascarrabias".

La separación se produce en un momento cumbre de la escritora. La Unesco acababa de proclamarla como el segundo autor en castellano más leído en el mundo, sólo tras Cervantes. Amén de sus novelas semanales para la editorial Bruguera, seguía publicando una historia quincenal en Vanidades, de difusión en Hispanoamérica. Y a fines de aquel mismo 1962 aparecieron las fotonovelas Corín Ilustrada.

Se levantaba a las cinco de la madrugada y se encerraba con un café y una cajetilla de cigarrillos mentolados Kool en el despacho, donde tecleaba en una Hispano-Olivetti 50 hasta la hora de la comida. A veces corregía por las tardes. Cuando terminaba una novela, en un par de días, ya había concebido la siguiente.

La relación con su marido ya no se recompuso. Hace 22 años le confió a este periodista que durante años siguió recibiendo cartas de su marido, pero que nunca las leyó ni las abrió. Y el mismo día que le notificaron su fallecimiento, las quemó sin leerlas. Tampoco acudió al entierro de su marido en San Sebastián. "Fue mi hija Begoña y vio que tenía la casa llena de recuerdos de su familia, mis novelas y cartas dirigidas a mí que nunca envió. No supo manifestar lo que sentía. Sus cartas las rompí sin leerlas". "Murió como buscó morir: solo. Pero lo respeté siempre. Si nos vemos en el más allá, le daré la mano".

Como un trasunto de sus relatos, donde también aparecen mujeres de carácter, incluso adelantadas a su época, pero constreñidas por el ambiente pacato de la época, ella no fue una excepción. Aunque rompedora con su conducta, se puso el mundo por montera como mujer emancipada, triunfadora en su oficio, separada y que ya en los cincuenta circulaba por Gijón en una Vespa cuando era insólito ver una mujer en moto -"me importaba un rábano lo que dijeran de mí"-, hubo fronteras que nunca se atrevió a cruzar. Quizá sus hijos -lo insinuó en alguna ocasión- pesaron más que su temperamento indómito. El caso es que no se permitió una segunda oportunidad sentimental: "Soy mujer de compañero, pero fallé una vez y eso me marcó".

Sólo al final de su vida comentó que fue víctima de una época sin libertades. "Lamento no haberme casado otra vez. Pero nunca me divorcié. Cuando pude hacerlo, no existía el divorcio en España, y cuando se legalizó, el sol había pasado ya por mi puerta. Yo creo en el matrimonio. Mi madre murió con 78 años, y no paso un solo día sin recordar a mi padre. Eso es acabar bien la vida. Y yo estoy rodeada de los matrimonios de mis hijos. El amor existe". Capaz de combinar la causticidad con la ternura, la nobleza con el coraje y la apariencia de frialdad con el afecto profundo, Tellado era, al igual que su estilo literario, de trato directo y frontal -"no soy mujer a la que le gusten las ceremonias"- y ocultaba su verdadera personalidad bajo la impronta de un genio vigoroso: "Doy la impresión de ser mujer fría y distante, y aparentemente tengo mal carácter, pero sólo aparentemente. La gente que me conoce bien sabe que no es cierto. Lo que sí tengo es temperamento, eso no lo puedo negar, pero eso no es malo. No hubiera llegado aquí sin ese temperamento".

Los más cercanos, y entre ellos sus seis nietos, que la llamaban Tatín, lo avalan. Corín Castro Tellado, de 19 años, escribió el lunes a su abuela: "Fuiste (...) más que una madre. Lo fuiste todo para tus hijos. Y ahora ellos lloran tu ausencia. Todos te echamos de menos". Sólo en muy contadas ocasiones admitió haber sufrido: "La gente piensa que Corín Tellado es un portento y que vive divinamente, pero no, yo he sufrido, he llorado, he sentido como cualquier otro. He puesto en las novelas un sentimiento muy común, muy cercano y por eso nunca me extrañó que las chicas me leyeran con tanto entusiasmo".

En realidad, Tellado fue una mujer que, ya desde muy pequeña, aspiró a ocultar sus debilidades. Sus primos y vecinos la recuerdan de niña en Viavélez, antes de la Guerra Civil, como una muchacha muy tímida que superaba sus complejos adoptando una actitud de rebeldía. Aquella Socorrín -diminutivo familiar del que derivó el sobrenombre de Corín-, y única mujer de cinco hermanos, halló en las travesuras infantiles, que hicieron fama en Viavélez, la vía de superación de la timidez congénita y la forma de dar cauce a la imaginación desbordante que luego reconduciría hacia la escritura. Vivió la Guerra Civil en Viavélez. Conoció el desosiego de la familia "poniendo colchones en las ventanas" para protegerse de la metralla y tuvo el primer contacto con la muerte: "Vi cadáveres en las cunetas". Pero también descubrió la magia de la literatura en los libros que su padre atesoraba en el desván de la vivienda familiar.

Al término de la contienda, el ascenso laboral de su padre a jefe de máquinas supuso la mudanza de la familia: el buque en el que navegaba Guillermo Tellado dejó de hacer escalas en Asturias y la familia decidió su traslado a Cádiz. En la capital gaditana, Corín se recuerda como una muchacha "muy vergonzosa, muy tímida, que ni siquiera jugaba en los recreos", pero una compañera de la época, Ana María Morgado, la recordó como una adolescente "muy lanzada, que montaba en bicicleta cuando estaba mal visto y que fumaba cigarrillos a escondidas".

También mantuvo su afán lector: su debú como escritora, cuando estaba a punto de entrar a trabajar en una zapatería para contribuir a la economía familiar, fue producto del desafío y la emulación. Corín, que empezó a escribir relatos por las noches mientras velaba a su padre en el lecho de muerte, en 1945, escribió su primera obra para demostrarle a uno de sus hermanos que era capaz de escribir mejor que él. El librero gaditano al que compraba libros gestionó la publicación de su primera novela.

Fue en 1946. Tellado tenía 19 años y aquello cambió su vida. La muerte del padre había dejado a la familia en una situación económica maltrecha, y Corín había tenido que renunciar a seguir estudiando. Un contrato con Bruguera sólo un año después, en 1947, es el espaldarazo. La editorial le encarga un título a la semana. "El amor no era nada para mí cuando escribí mi primera novela. Allí le eché imaginación. Yo no sabía nada de hombres ni de amores. Pero desde aquel día nunca me faltó un sueldo".

Con los primeros ingresos económicos, se permite en 1948 una visita a Asturias. Lo que iba a ser una estancia breve se convirtió en definitiva: "Nada más apearme del tren reencontré aquella parte de mí misma que había quedado atrás y supe que éste era mi sitio y mi tierra". Corín mantiene su febril actividad de escritura en Gijón. Luego llegó el noviazgo, la boda, los hijos y la separación. El ritmo incesante de producción literaria se acelera. No terminaba una novela cuando ya estaba pergeñando la siguiente. Nunca se detuvo. Siguió tecleando en la Hispano-Olivetti y tratando de acompasar su novelística a los nuevos tiempos modernizadores y al avance de la sociedad y de las costumbres. "Me he divertido poco. Salía a veces con una amiga, pero no a bailar, sino al teatro, al cine, a escuchar a Antonio Molina... No, no era una vida divertida, pero no echaba nada de menos".

Ya no se la conocen nuevas relaciones afectivas aunque más de una vez declaró: "Hay cosas de mi vida que sólo yo conozco y que nadie sabrá jamás. Mi verdadera vida no se la digo ni se la diré a nadie. A nadie".

Con la llegada de la democracia y la superación del género rosa tradicional por los nuevos vientos de la libertad, Tellado evolucionó sus propias novelas (aparecen divorcios, abortos y desamores) y pulsó otras temáticas. En 1979, bajo el seudónimo de Ada Miller, publicó 26 novelas eróticas de bolsillo, pero no se sintió cómoda en el género. Pero el cambio social en España es arrollador y su novelística, sin llegar a desaparecer, sufre una merma en la atención del público. Ha dejado al menos dos novelas acabadas y el miércoles 8, tres días antes de su muerte, acabó de dictar la última historia para Vanidades.

La escritora, que acumuló un apreciable patrimonio, repartió sus bienes en vida entre sus dos hijos y vivió en los últimos años de una pensión y de los derechos de autor. La última reunión familiar se había producido el Viernes Santo, la víspera de su muerte. Su nieta Corín Castro Tellado aseguró que el mayor empeño de su abuela fue mantener unida a la familia. "Lo ha conseguido", sentenció. Corín afrontó su último trance con afán escudriñador: "Soy católica con reparos. Sólo siento curiosidad por saber lo que hay más allá. Si no hubiera algo, sería decepcionante".

Una imagen de la boda de Corín Tellado con Domingo Egusquizaga en Covadonga, en 1959.
Una imagen de la boda de Corín Tellado con Domingo Egusquizaga en Covadonga, en 1959.CORINTELLADO.COM

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