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Entrevista:EN PORTADA

El coraje de Wolff

Andrea Aguilar

Le interesa la mentira. Los personajes que pueblan las historias de Tobias Wolff (Alabama, 1945) a menudo construyen una realidad alternativa. No se trata de dementes incapaces de distinguir entre realidad y ficción, sino de fabuladores natos; embusteros prestos a manipular una verdad que no les convence. En la mentira encuentran una vía de salida. Así, el adolescente del relato 'El mentiroso', a raíz de la muerte de su padre, inventa que sus familiares padecen terribles enfermedades. El autoestopista que recogen un hermano triunfador y otro echado a perder en 'El hermano rico' habla del delirante descubrimiento de unas minas de oro. En 'Mortales', un gris recaudador de impuestos miente sobre su propia muerte para que le escriban un obituario.

"Ya he dejado dicho que cuando muera, por favor, que no me toquen los papeles. No quiero que la gente sepa"
"Estoy en un constante estado de revisión y edición. Las historias nunca llegan a un punto en el que están cerradas"
Más información
Primer capítulo de 'Aquí empieza nuestra historia', de Tobias Wolff
Pionero del realismo sucio

En Aquí empieza nuestra historia (Alfaguara) este maestro del género ha reunido 30 de sus mejores cuentos. Colaborador habitual de la revistas The New Yorker y Atlantic, en sus páginas publicó gran parte de estos relatos. Casi dos tercios de las historias del nuevo libro fueron recopiladas en colecciones anteriores, pero Wolff ha añadido 11 nuevos cuentos. Con esta antología el escritor ha añadido el Story Award que recibió el mes pasado a su larga lista de galardones, entre los que figuran el PEN / Malamud y el Premio de la Academia de Letras y las Artes de América.

Dice el escritor estadounidense que una de las claves de su oficio es "la experiencia de primera mano". En más de una ocasión se ha referido a su padre como un mentiroso compulsivo. Al separarse sus padres, su hermano mayor, el también novelista Geoffrey Wolff, se marchó con él. Ambos han escrito sobre la querencia de su progenitor a tergiversar la realidad.

Tobias peregrinó con su madre por varias ciudades de Estados Unidos. En Concrete, Washington, ella volvió a casarse. Wolff falsificó las cartas de recomendación y su historial y consiguió que le aceptasen en un prestigioso internado, el Hill School de Pensilvania. "Era la única manera en que podía entrar. Fue un acto de desesperación. Suspendí matemáticas y me expulsaron. Me lo tenía merecido", asegura. Tras la expulsión se alistó al Ejército y luchó en Vietnam antes de licenciarse en Literatura en la Universidad Oxford. En su autobiografía Vida de este chico desveló su mentira adolescente. En En el ejército del faraón hizo un memorable recuento de la incertidumbre, el terror y el absurdo de su experiencia en la guerra.

Decepción y traición. Miseria moral teñida con un humor seco y feroz. Wolff tantea este escabroso terreno sin caer en sentimentalismos, ni decoros. No hay piedad, ni disimulo. En su trabajo late lo crudo, lo banal y lo real. Sin alardes aparentes habla de la tentación y la caída, de la absurda conciencia. Quizá por todo esto a Wolff se le encasilló como uno de los autores del llamado realismo sucio. Aquello fue a principios de los ochenta cuando Raymond Carver y Richard Ford -sus amigos y compañeros de generación- diseccionaban con su afilada prosa las miserias cotidianas. "Conocí a Carver cuando yo estaba becado en la Universidad de Stanford en un programa de literatura", recuerda. "Tenía unas largas patillas. Nos presentó una colega que ya había triunfado. Él todavía no había publicado su primer libro. Apenas hablamos. Unos años después coincidimos en la Universidad de Siracusa dando clase. Vivimos en la misma casa y nos pasábamos las noches en vela hablando".

Una fría mañana de invierno Wolff posa paciente para las fotos en una esquina desangelada de Central Park. La fina cazadora de cuero y las redondas gafas de sol de aire retro dejan claro que a este residente del Estado de California las gélidas temperaturas le han pillado por sorpresa. En 1997, Wolff regresó a la Universidad de Stanford en Palo Alto donde imparte clases de literatura y un taller de escritura. Una gorra de lana le cubre la cabeza; el espeso bigote blanco, la irónica sonrisa.

En vista del frío, el escritor acelera el paso camino de la casa de un amigo en el Upper East Side donde él y su esposa se están alojando. En la amplia cocina, todos en pijama, comentan el periódico y bromean sobre la actualidad política. El ambiente en esta town house es distendido y familiar. Wolff busca un lugar tranquilo donde hablar. Un ascensor de los años veinte forrado en papel de rayas le lleva hasta la segunda planta y allí, en un amplio salón bajo un ventilador de techo imposible de parar, habla acerca de su colección de cuentos.

En los cuentos escritos hace décadas aparecen veteranos y soldados, en alguno de los más recientes Irak suena de fondo. "Es parte de la misma historia, pero la comparación entre las dos guerras es demasiado fácil. Es la misma retórica en contra de rendirse. La idea de que porque ya han caído tantos tenemos que seguir allí, que fácilmente confunde al público", asegura. ¿Se olvidaron las lecciones aprendidas? "Tuvimos cuidado durante un tiempo pero la victoria es una industria sensacional. Hemos heredado una determinada tremenda falta de honestidad que está instalada en nuestras vidas".

El nuevo libro arranca con una confesión en el prólogo: Wolff ha retocado sus viejos relatos, y lo ha hecho porque como autor considera que ese material sigue vivo. Fue otro Wolff quien los escribió, admite, pero el de ahora se siente con pleno derecho a meter mano, en beneficio del lector. "No he cambiado el argumento. La mayor parte de los cambios han sido de lenguaje, de precisión, de depuración. Si puedes prescindir de algo, ¿por qué no quitarlo? Los cambios cosméticos son importantes. A veces estás dentro y no lo ves. Ése ha sido el problema que he tenido cuando he escrito algunas historias", dice sentado en el sofá.

Sus argumentos resultan convincentes. Wolff sabe cómo persuadir a sus interlocutores con sus razones sensatas. Inspira confianza con su aire tranquilo y cercano. Evita cualquier demostración banal de ego. "Estoy en un constante estado de revisión y edición. Y las historias nunca llegan a un punto en el que están cerradas, nunca llega un momento en que esto para. Porque vamos cambiando", aclara.

En los más de treinta años que abarca este libro, ¿qué ha cambiado en su escritura? "Un lector tendría más que decir que yo sobre eso. Pero cuanto más tiempo llevas escribiendo más preguntas te haces. Ahora sé que si empleo el suficiente tiempo puedo conseguir algo. He ganado seguridad, pero los retos también son mayores. Te conviertes en prisionero de ti mismo y no quieres hacer algo que te disminuya. Te esfuerzas por mantenerte inquieto".

En el prólogo de Aquí empieza nuestra historia, Wolff insiste en su afán por descubrir complicados procesos morales o mecánicos que pasan inadvertidos a primera vista, y comparte con los lectores el filtro previo a la publicación de un cuento. "Piensen que antes de que salga publicado en una revista un editor lo ha leído lápiz en mano y que al menos algunas de sus sugerencias han sobrevivido a las negociaciones, no porque me hayan forzado sino porque yo he creído que mejoraban la historia. Luego otro editor lo ha leído antes de publicarlo en una colección de cuentos y sin duda tenía algo valioso que decir. Y si la historia ha sido elegida para una antología, como todos o casi todas de las que están aquí reunidas lo han sido, yo le habré dado otro repaso, y lo he vuelto a hacer de nuevo antes de que salga la edición en bolsillo", escribe.

El controvertido caso de su amigo Raymond Carver y el mítico editor Gordon Lish -que con su afilado lápiz tachó sin compasión secciones enteras de sus cuentos- es paradigmático de este proceso. "Sí, yo sabía que Lish tiene mano dura", dice Wolff. La publicación póstuma de la versión completa de los relatos de Carver impulsada por su viuda ha reabierto la polémica. "Creo que eso es una cuestión para estudiosos o académicos. Al final Carver eligió las historias que quiso incluir en su última antología. Regresó a los originales en unos casos y en otros decidió quedarse con la versión editada. Lo que ha ocurrido ahora embarra de alguna manera su legado".

Wolff ha tomado precauciones. "Ya he dejado dicho que cuando muera, por favor, que no me toquen los papeles. No quiero que la gente sepa. Entiendo que no es una actitud generosa hacia escritores futuros pero los borradores son asunto mío", añade con una sonrisa. Para evitar tentaciones futuras a sus deudos, dice que ya ha comenzado a destruirlos. ¿Con cuántos trabaja? Desde que escribe en ordenador le cuesta seguir la pista, pero muchos de los cuentos de Aquí empieza nuestra historia los tecleó a máquina. Hacía unas doce versiones. "Cuando empiezo a escribir sé adónde quiero llegar, pero pienso mientras avanzo y mi idea original cambia. Me pregunto cosas como qué es lo que realmente le preocupa a un personaje. ¿Cuál es en realidad la relación de poder? Moralmente, ¿qué está pasando?".

Admirador del trabajo de Flannery O'Connor y de Faulkner -"les encantaba hacer parodia"-, Wolff pasó su infancia enganchado a los relatos de O. Henry, uno de los padres del cuento americano que inició su carrera literaria para mantener a su hija mientras él cumplía condena en una cárcel por estafa. "Me encantaban sus finales con truco, con sorpresa como en 'Regalo de Reyes'. Con él descubrí el sentido de la estructura", recuerda. En Jack London y Hemingway encontró historias que al principio no entendía pero eran vivas y afiladas. En aquellas lecturas descubrió que "a la gente le encanta quererse a sí misma". Confiesa que también pasó mucho tiempo "haciendo el tonto", en busca tan sólo de variedad. A los 14 años decidió que quería ser escritor.

Su pasión por el relato se ha mantenido intacta. "Tiene una densidad especial, encapsulada, algo que sólo empiezas a apreciar con el paso del tiempo. Es como un poema", explica. ¿La clave del cuento perfecto? "Bueno, pues que sientas que está en armonía con tu sentido de la vida, que capture algo". Los de Carver -"declarativos, aparentemente rectos pero en los que algo se vuelve extraño de forma muy rápida"- y los de Turguénev -"sus historias no son concluyentes, forman un collar"- se cuentan entre sus favoritos.

En uno de sus nuevos relatos, 'La estudiante madura', resuena el eco de otro gran escritor: el checo Milan Kundera. La alumna Teresa entabla una conversación con su profesora de Historia del Arte, inmigrante de Checoslovaquia que acaba confesando sus delaciones como confidente de la policía secreta en Praga en los años setenta. "Es curioso pensar que alguien toma parte en eso y continúa con su vida. Es difícil vivir con eso encima", reflexiona. Wolff cuenta que al escuchar las acusaciones contra Kundera, que le señalaban como delator, se quedó helado. "Si fuese verdad me quedaría devastado. Cuando lees su trabajo te entra en las venas".

La mentira, la impostura y la ficción comparten un terreno común. Pero Wolff reivindica la verdad. Habrá que creerle. La literatura, sostiene, es un gesto de honestidad. "Yo no igualo el arte a la mentira. Los novelistas inventan la verdad, eso es algo distinto. Cuando los escritores serios escriben van a lugares que son dolorosos. No se escapan", explica. Al final, dice, se trata de crear algo convincente, real, sincero. "La mentira es por naturaleza negación. La industria absurda de las memorias autocomplacientes. Eso suena muy falso".

Wolff piensa que los escritores deben usar sus propias debilidades, su lado oscuro. "Fitzgerald era un trepa social y fue un niño mimado. Cuando escribía usaba todo esto y hablaba de ello sin tapujos. Entendía perfectamente de qué iba el personaje de El niño rico con sólo mirar su propio carácter". ¿Cómo hizo él frente a sus mentiras? "Por un lado, está la decepción deliberada del otro, y luego están las mentiras como invención para encontrar alguna manera de traspasar las ambigüedades de la vida, para alcanzar algunas verdades. Se necesita coraje para exponerte".

Aquí empieza nuestra historia. Tobias Wolff. Traducción de Mariano Antolín Rato. Alfaguara. Madrid, 2009. 472 páginas. 22 euros. Se publica el próximo día 22.

Tobias Wolff ha reunido en <i>Aquí empieza nuestra historia</i> una treintena de relatos. En la fotografía, el escritor el pasado invierno en Nueva York.
Tobias Wolff ha reunido en Aquí empieza nuestra historia una treintena de relatos. En la fotografía, el escritor el pasado invierno en Nueva York.JON URIARTE

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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