Desnudos y suelo

Tiene la coreógrafa Carmen Werner maneras propias. Las ha rescatado de un cúmulo de influencias, de búsquedas y de alardes con el cuerpo, tanto con el propio como con los de sus artistas. Posee una especial capacidad para el usufructo del desnudo, a veces provocador y otras simplemente plástica funcional al servicio de la escena. Sin Dios es obra de tensiones, con un uso absorbente del espacio.

Volviendo al desnudo (que es usado con anticlímax), Werner sortea con elegancia dibujos complejos y situaciones que rozan lo escabroso; está hablando de una interiorización forzada y hasta forzosa que es lo que da el lustre al total de la pieza, obra madura en estilo y ciertamente críptica. El humor, para lo que la artista no está especialmente dotada, la verdad, aparece en dos o tres ocasiones como chispazos desengrasantes de un todo denso y opresivo.

Se pone de manifiesto de nuevo la capacidad de Werner para descubrir y tutelar nuevos talentos masculinos, y esta vez descubrimos dos piedras a medio tallar, que prometen gran brillo: Lucio Baglivo y Javier Ferrer, que con personalidades muy distintas dan a la acción momentos de gran intensidad. También Javier Sangros borda su irónico deambular, su ruta. Y Carmen está soberbia en su manera de abordar gesto y figuras.