"Los actores vivimos de fantasías. ¿O del engaño?"
Eduardo Blanco es poco proclive a vivir en las nubes. Es un actor al que no se puede entender sin sus sueños, sus inquietudes, sus fantasías, sin su implacable búsqueda de un camino personal y profesional. Pero él lo desmitifica todo y te lo sirve en bandeja, fresco, sin adornos ni salsas. "A los actores nos gusta demasiado vivir de fantasías, pero yo me pregunto muchas veces: '¿dónde empieza la fantasía y dónde el engaño?".
Este intérprete argentino, al que su papel de amigo entrañable y fiel en El hijo de la novia catapultó a la fama y que estrena el próximo viernes Naranjos en flor, de Antonio González-Vigil, a punto ha estado de dejar por dos veces su profesión. Ahora con 51 años asegura: "Yo conozco todos los estadios de esta profesión: el éxito, el fracaso, las contradicciones, sobre todo, las contradicciones, porque recién vienes de la fiesta más glamurosa del mundo, de ser recibido por presidentes y ministros y llegas a casa y te das cuenta de que no tienes para pagar la cuenta del teléfono. Eso es muy complicado. Eso nos pasa a la gran mayoría de los actores, es sólo una minoría la que tiene el camino totalmente despejado". Pero no le importa. Así, pegado a la tierra y a los problemas que rodean a todos es como le gusta sentirse. Es uno más y de esta manera, franca y arrolladora, se presenta en el restaurante.
El intérprete argentino ha conocido miseria y 'glamour' el mismo día
"¡Es tremenda y uno es tan débil!", exclama mientras echa una ojeada a la carta. "Allá, en Argentina, solemos comer sólo un plato principal y un postre, pero si nos decidimos por lo que acostumbran aquí en España, primero, segundo y postre, yo me acoplo sin problemas. A mí el estómago se me estira enseguida". Finalmente, parece que le tira más el menú de su tierra y pide sólo unos raviolis de calabaza, no sin antes advertir que él sin postre no se queda.
Deber deber no debe nada a nadie explica, no sin reconocer que El hijo de la novia supuso un antes y un después en su carrera, que comenzó en el teatro y que se afianzó en el cine con El mismo amor, la misma lluvia o Luna de Avellaneda, las tres de Juan José Campanella.
Ahora no sólo le espera el estreno de Naranjos en flor, donde interpreta a un oscuro policía, también tiene pendiente Pájaros muertos, de Jorge Guillén Sempere, y La vida empieza hoy, de Laura Mañá, además del rodaje en mayo de la próxima película de David Serrano Una hora más en Canarias.
Ha llegado algo tocado a la cita por un encuentro casual que ha presenciado en un banco con un emigrante latinoamericano al que no le llegaba el sueldo para pagar la hipoteca. Este hijo de emigrantes gallegos que iba para mecánico y se rebeló contra esa educación que intentaba meterle en un envase adecuado en contra de sus deseos, sabe de la tragedia de abandonar un país por necesidad. Lo ha vivido en sus padres y abuelos, y lo plasmó hace años en la serie para televisión Vientos de agua. "La emigración es una desgracia, aunque nos ha enriquecido a todos", asegura mientras recuerda el maravilloso pulpo a la gallega de su abuela. Él mientras tanto, saborea goloso un buen tiramisú, totalmente relajado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.