El lado oscuro de Brown
Tiene algo de la noche", dijo en su día una histórica dirigente conservadora del que era entonces su superior y ministro del Interior tory, Michael Howard. Ese lado oscuro de Howard, uno entre otros muchos factores que años más tarde le impedirían ganar las elecciones generales británicas de 2005, se le ha atribuido también a Gordon Brown. Desde hace muchos años, sobre todo durante la larga espera a la sombra de Tony Blair, Brown ha cultivado, más bien sin querer,
una imagen de doble personalidad: un hombre con una cabeza privilegiada y al mismo tiempo un indeciso político, un estudioso brillante pero acomplejado, un hombre que parece siempre atormentado, del que dicen que se relaja en privado pero que nunca ha mostrado esa imagen de relajo en público. Gigante y enano a un tiempo.
Hay que creer a Gordon Brown y aceptar que no sabía nada de la campaña que preparaba uno de sus colaboradores más íntimos, Damian MacBride, para ensuciar el nombre del líder de la oposición, David Cameron, y de uno de sus lugartenientes, George Osborne, divulgando rumores falsos. Pero, como la mujer del César, el primer ministro no sólo ha de ser honrado: también ha de parecerlo. Y, en este caso, no lo parece.
La crisis tiene aires de fin de reinado para el laborismo, que lleva gobernando desde 1997 y que acumula el desgaste de tantos años en el poder -marcados para siempre por la figura de Tony Blair y el fiasco de la guerra de Irak- y que a ese desgaste suma el de una crisis financiera que ha afectado en especial a la City de Londres y todo lo que ésta representa.
Pero el caso tiene otras lecturas colaterales. La campaña de desprestigio personal contra Cameron y Osborne se basaba en expandir rumores falsos sobre su vida privada a través de un blog prolaborista en Internet. La Red no ha revolucionado tan sólo la industria de la información al hacerla más fácilmente accesible al público, sino que permite convertir el cotilleo antaño acotado en una difusión viral. Habrá quien culpabilice de todo ello a las tecnologías digitales, pero la realidad es que hay que dirigir la mirada hacia ese lado oscuro del primer ministro o al menos de sus colaboradores.
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